Universo

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miércoles, 17 de agosto de 2016

LA VOZ DEL SILENCIO - H.P.B. - PARTE 1.

 
Prefacio
 
Las páginas siguientes son entresacadas del Libro de los preceptos de  oro, una de las obras que figuran en manos de los Estudiantes de Misticismo en Oriente. Su conocimiento es obligatorio en aquella escuela, cuyas enseñanzas son admitidas por gran número de teósofos. AsÍ es que, como muchos de estos preceptos los sé de memoria, su traducción ha sido para mí un trabajo relativamente fácil.
Bien sabido es que, en la India, los métodos de desarrollo psíquico varían según los Gurús (preceptores o maestros), no sólo por el hecho de pertenecer a diversas escuelas filosóficas, de las cuales se cuentan seis, sino también porque cada Gurú tiene su propio sistema, que, en general, mantiene muy secreto. Pero, más allá de los Himalayas, el método seguido en las escuelas esotéricas no varia, a menos que el Gurú sea un simple Lama de conocimientos no mucho mayores que los de aquellos a quienes enseña.
La obra a que pertenecen los fragmentos que aquí traduzco, forma parte de aquella misma serie de la cual han sido sacadas las estancias del Libro de Dzyan, en las que está basada la Doctrina Secreta. El Libro de los preceptos de oro reclama igual origen que la gran obra mística denominada Paramârtha, la cual, según nos dice la leyenda de Nâgârjuna, fue entregada al gran Arhat por los Nagas o «serpientes» (título que se daba a los antiguos Iniciados) . Sin embargo, sus máximas y sus ideas, aunque nobles y originales, se encuentran con frecuencia bajo formas diversas en las obras sánscritas tales como el Dnyaneshari, soberbio tratado místico en el cual Krishna describe a Arjuna con brillantes colores la condición de un Yogui plenamente iluminado; y también en ciertos Upanishads. Esto es muy natural, puesto que, si no todos, la inmensa mayoría de los más grandes Arhats, los primeros discípulos de Gautama Buddha, eran indos y arios, y no mongoles, especialmente aquellos que emigraron al Tíbet. Las obras dejadas sólo por Aryasanga son numerosísimas.
Los Preceptos originales están grabados en delgadad placas cuadrangulares, muchas de las copias lo están en discos. Tales discos o placas se guardan generalmente en los altares de los templos anexos a los centros en que se hallan establecidas las escuelas llamadas «contemplativas» o Mahâyânas (Yogachârya). Están escritos de distintas maneras, algunas veces en tibetano, pero principalmente en caracteres ideográficos. La lengua sacerdotal (Senzar), además de tener su alfabeto propio, puede ser expresada por medio de varios sistemas de escritura cifrada, cuyos caracteres participan más de la naturaleza del ideograma que de las sílabas.
Otro método (lug, en tibetano) consiste en el empleo de los números y colores, cada uno de los cuales corresponde a una letra del alfabeto tibetano (que consta de treinta letras simples y setenta y cuatro compuestas), formando así un alfabeto criptográfico completo.
Cuando se emplean los signos ideográficos, hay una manera definida de leer el texto, pues en tal caso los símbolos y signos usados en astrología -esto es, los doce animales del Zodiaco y los siete colores primarios, cada uno de ellos triple en gradación o matiz, a saber: claro, primario y oscuro- representa las treinta y tres letras del alfabeto simple, en lugar de palabras y frases. Porque en este método, los doce "animales" repetidos cinco veces y asociados con los cinco elementos y los siete colores, proporcionan un alfabeto completo, compuesto de sesenta letras sagradas y doce signos. Un signo colocado al principio del texto determina si el lector tiene que descifrarlo según el sistema indio, en el cual cada palabra es simplemente una adaptación sánscrita, o si debe hacerlo con arreglo al principio chino de leer los signos ideográficos. El método más fácil, sin embargo, es aquel que permite al lector no emplear ninguna lengua especial, o emplear la que más le plazca, puesto que los signos y símbolos eran, como los guarismos o números arábigos, propiedad común e internacional entre los místicos iniciados y sus discípulos. La misma peculiaridad es característica de una de las formas de escritura china, la cual puede ser leída con igual facilidad por cualquiera que conozca los caracteres; por ejemplo, un japonés puede leerla en su propia lengua tan fácilmente como un chino en la suya.
El Libro de los preceptos de oro -algunos de los cuales son prebúddhicos, mientras que otros pertenecen a una época posterior- contiene unos noventa pequeños tratados distintos. De éstos aprendí, hace años, treinta y nueve de memoria. Para traducir los restantes, tendría que recurrir a multitud de notas diseminadas entre los papeles y cuadernos de apuntes coleccionados durante los últimos veinte años y jamás puestos en orden, siendo su número demasiado grande para que la tarea resultara cosa fácil. Por otra parte tampoco podrían ser todos ellos traducidos y presentados a un mundo sobrado, egoísta y apegado a los objetos de los sentidos, para estar en disposición de recibir en su verdadero espíritu una moral tan sublime. Pues, a no ser que el hombre persevere formalmente en su empeño de lograr el conocimiento de sí mismo, jamás prestará complaciente oído a reflexiones y enseñanzas de tal naturaleza.
Y sin embargo, semejante ética llena volúmenes y más volúmenes en la literatura oriental, especialmente en los Upanishads. «Mata todo deseo de vida», dice Krishna a Arjuna. Tal deseo radica tan sólo en el cuerpo, el vehículo del Yo encarnado, no en el YO que es «eterno, indestructible, que ni mata ni es matado». (Katha Upanishad.) «Mata la sensación», enseña el Sutta Nipáta; «considera iguales el placer y el dolor, la ganancia y la pérdida, la victoria y la derrota». Además: busca tu refugio solamente en la «eterno». (Idem.) «Destruye el sentimiento de separatividad», repite Krishna en todas formas. «La mente (Manas) que se abandona a los errantes sentidos, deja el alma (Buddhi) tan desvalida como la barquilla que es arrebatada por el huracán sobre las olas». (Bhagavad Gíta, II, 67.)
Por lo tanto, se ha considerado más oportuno hacer una juiciosa selección tan sólo de aquellos tratados que son más provechosos a los pocos místicos verdaderos de la Sociedad Teosófica, y que con seguridad responderán a sus necesidades. Éstos son los únicos que apreciarán aquellas palabras de Krishna-Christos, el Yo Superior: «Los sabios no se afligen ni por los vivos ni por los muertos. Jamás he dejado yo de existir, ni tú, ni ninguno de estos caudillos, ni tampoco dejará de existir en lo venidero ninguno de nosotros». (Bhagavad-Gíta, II, 11-12.)
En esta traducción me he esmerado todo lo posible para conservar la poética belleza del lenguaje y las imágenes que caracterizan al original. Hasta qué punto ha coronado el éxito mis esfuerzos, el lector es quien ha de juzgarlo.

H. P. B.


Fragmento primero

La voz del silencio

Las presentes instrucciones son para aquellos que ignoran los peligros de los IDDHI inferiores.
Aquel que pretenda oír la voz del Nada «el Sonido insonoro», y comprenderla, tiene que enterarse de la naturaleza del Dâranâ.
Habiéndose vuelto indiferente a los objetos de percepción debe el discípulo ir en busca del Rajá (rey) de los sentidos, al Productor del pensamiento, aquel que despierta la ilusión.
La Mente es el gran destructor de lo Real.
Destruya el discípulo al Destructor.
Porque:
Cuando su propia forma le parezca ilusoria, como al despertar, todas las formas que en sueños ve.
Cuando él haya cesado de oír los muchos sonidos, entonces podrás discernir el UNO, el sonido interno que mata el externo.
Entonces únicamente, y no antes, abandonará la región de Asat, lo falso, para entrar en el reino de Sat, lo verdadero.
Antes de que el alma pueda ver, debe haberse alcanzado la Armonía interior, y los ojos carnales han de estar cegados a toda ilusión.
Antes de que el alma pueda oír, es menester que la imagen (hombre) se vuelva tan sorda a los rugidos como a los susurros; a los bramidos de los elefantes furiosos, como al zumbido argentino de la dorada mosca de fuego.
Antes de que el alma sea capaz de comprender y recordar, debe estar unida con el Hablante silencioso, de igual modo que la forma en la cual se modela la arcilla, lo está al principio con la mente del alfarero.
Porque entonces el alma oirá y recordará.
Y entonces al oído interno hablará
LA VOZ DEL SILENCIO,
y dirá:
Si tu alma sonríe mientras se baña en la luz del Sol de tu vida; si canta tu alma dentro de su crisálida de carne y materia; si llora en su castillo de ilusiones; si pugna por romper el hilo argentino que la une al MAESTRO sabe, discípulo, que tu alma es de la tierra.
Cuando tu alma en capullo presta oído al bullicio mundanal; cuando responde a la rugiente voz de la Gran Ilusión; cuando temerosa a la vista de las ardientes lágrimas de dolor, y ensordecida por los gritos de desolación, se refugia tu alma, a manera de cautelosa tortuga, dentro de la concha de la PERSONALIDAD, sabe, discípulo, que tu alma es altar indigno de su «Dios» silencioso.
Cuando, ya más fortalecida, tu alma se desliza de su seguro refugio, y arrancándose del tabernáculo protector, extiende su hilo de plata y se lanza adelante; cuando al contemplar su imagen en las olas del Espacio, murmura: «Éste Soy yo», declara, discípulo, que tu alma está presa en las redes de la ilusión.
Esta tierra, discípulo, es la Mansión de dolor, en donde hay colocados, a lo ]argo del Sendero, de tremendas pruebas, diferentes lazos para recoger a tu YO, engañado con la ilusión llamada «Gran Herejía».
Esta tierra, oh ignorante discípulo, no es sino el sombrío vestíbulo por el cual uno se encamina al crepúsculo que precede al valle de la luz verdadera; luz que ningún viento puede extinguir; luz que arde sin pabilo ni combustible.
Dice la gran Ley: «Para llegar a ser CONOCEDOR del YO ENTERO debes primeramente ser conocedor del YO». Para lograr el conocimiento de tal YO, tienes que abandonar el Yo al No-Yo, el Ser al No-Ser, y entonces podrás tú responder entre las alas de la GRAN AVE. Sí, dulce es el reposo entre las alas de aquello que no ha nacido ni muere, antes bien es el AUM a través de las eternidades.
Monta en el Ave de Vida, si pretendes saber.
Abandona tu vida, si quieres vivir.
Tres Vestíbulos, oh fatigado peregrino, conducen al término de los penosos trabajos. Tres Vestíbulos, oh vencedor de Mara, te conducirán por tres diversos estados al cuarto, y de allí a los siete mundos, a los mundos del Eterno Reposo.
Si deseas saber sus nombres, oye y recuerda:
El nombre del primer Vestíbulo es Ignorancia (Avidya).
Es el Vestíbulo en que tú viste la luz, en que vives y en que morirás.
E] nombre del segundo es Vestíbulo de la Instrucrión. En él encontrará tu alma las flores de vida, pero debajo de cada flor una serpiente enroscada.
El nombre del tercer Vestíbulo es Sabiduría, más allá de la cual se extienden las aguas sin orillas de AKSHARA, la fuente inagotable de Omnisciencia.
Si quieres cruzar seguro el primer Vestíbulo, haz que tu mente no tome por la Luz del Sol de Vida los fuegos de concupiscencia que allí arden.
Si pretendes cruzar sano y salvo el segundo, no te detengas a aspirar el aletargador perfume de sus flores. Si de las cadenas kármicas quieres libertarte, no busques tu Gurú en aquellas mayávicas regiones.
Los SABIOS no se detienen jamás en los jardines de recreo de los sentidos.
Los SABIOS desoyen las halagadoras voces de la ilusión.
Aquel que ha de darte nacimiento, búscalo en el  Vestíbulo de la Sabiduría, el Vestíbulo que está situado más allá, en donde son desconocidas todas las sombras y donde la luz de la verdad brilla con gloria inmarcesible.
Aquello que es increado reside en ti, discípulo, como reside en aquel Vestíbulo. Si quieres llegar a él y fundir los dos en uno, debes despojarte de las negras vestiduras de la ilusión. Acalla la voz de la carne, no consientas que ninguna imagen de los sentidos se interponga entre su luz y la tuya, para que así las dos puedan confundirse en una. y tan pronto te hayas persuadido de tu propio Agnyana, huye del Vestíbulo de la Instrucción. Este Vestíbulo, tan peligroso en su pérfida belleza es necesario sólo para tu prueba. cuidado, lanú, no sea que, deslumbrada por el resplandor ilusorio, se detenga tu alma, y en su engañosa luz quede presa.
Esta luz radiante emana de la joya del Gran Engañador (Mara); hechiza los sentidos, ciega la mente, y convierte al incauto en un náufrago desvalido.
La pequeña mariposa, atraída por la deslumbradora luz de tu lámpara de noche, está condenada a perecer en el viscoso aceite. El alma imprudente que deja de luchar aferrarla con el demonio burlón de la ilusión, volverá a la tierra como esclava de Mara.
Contempla las legiones de almas. Mira cómo se ciernen sobre el proceloso mar de la vida humana, y cómo exhaustas, perdiendo sangre, rotas las alas, caen una tras otra en las encrespadas olas. Sacudidas por los huracanes, acosadas por el furioso vendadal, precipítanse en los regolfos, y desaparecen abismadas en el primer gran vórtice.
Si desde el Vestíbulo de la Sabiduría pretendes pasar al Valle de Bienaventuranza, cierra por completo tus sentidos, discípulo, a la grande y espantable herejía de separatividad que te aparta de los demás.
No permitas que tú «nacido del Cielo», sumido en el mar de Maya, se desprenda del Padre Universal (ALMA) , antes deja que el ígneo Poder se retire al recinto más interno, la cámara del corazón y morada de la Madre del Mundo.
Entonces, desde el corazón aquel Poder ascenderá a la región sexta, la región media, el lugar situado entre tus ojos, cuando se convierte en el aliento del ALMA UNA, la voz que todo la llena, la voz de tu Maestro.
Sólo entonces podrás tú convertirte en «Paseante del Cielo», que con su planta huella las auras sobre las olas, sin que a su paso los pies toquen las aguas.
Antes de que puedas sentar el pie en el peldaño superior de la escala, la escala de los místicos sonidos, tienes que oír la voz de tu Dios interno de siete modos distintos.
Como la melodiosa voz del ruiseñor entonando un canto de despedida a su compañera, es el primero.
Percíbese el segundo a la manera del sonido de un címbalo argentino de los Dhyanis, despertando las centelleantes estrellas.
Suena el siguiente como el lamento melodioso del espíritu del océano aprisionado dentro de su concha.
Y éste va seguido del canto de la Vina.
El quinto, a manera de flauta de bambú, suena vibrante en tu oído.
Y luego se convierte en sonido de trompeta.
El último vibra como el sordo retumbar de una nube tempestuosa.
El séptimo absorbe todos los demás sonidos. Éstos se extinguen, y no se les vuelve a oír más.
Cuando los seis han sido muertos y abandonados a los pies del Maestro, entonces el discípulo está sumido en el UNO, se convierte en este UNO, y en él vive.
Antes de entrar en aquel sendero, debes destruir tu cuerpo lunar expurgar tu cuerpo mental y purificar tu corazón.
Las puras aguas de eterna vida, claras y cristalinas, no pueden mezclarse con los cenagosos torrentes del tempestuoso monzón.
La gota de rocío celeste que acariciada por el primer rayo de sol matutino, brilla en el seno del loto, una vez caída al suelo, conviértese en barro; mira: la perla es ahora una partícula de cieno.
Lucha con tus pensamientos impuros antes que ellos te dominen. Trátalos como pretenden ellos tratarte a ti, porque, si usando de tolerancia con ellos, arraigan y crecen, sábelo bien, estos pensamientos te subyugarán y matarán. Cuidado, discípulo, no permitas que ni aun la sombra de ellos se acerque a ti. Porque crecerá, aumentará en magnitud y poder, y entonces esta cosa de tinieblas absorberá tu ser antes que te hayas dado cuenta de la presencia del monstruo negro y abominable.
Antes que el «místico Poder» pueda hacer de ti un dios, oh lanú, debes haber adquirido la facultad de destruir a voluntad tu forma lunar.
El YO material y el Yo espiritual jamás pueden estar juntos. Uno de los dos tiene que desaparecer: no hay lugar para entrambos.
Antes de que la mente de tu alma pueda comprender, el capullo de la personalidad debe ser aplastado, y el gusano del sensualismo ha de ser aniquilado, sin resurrección posible.
No puedes recorrer el Sendero antes de que tú te hayas convertido en el Sendero mismo.
Haz que tu alma preste oído a todo grito de dolor, de igual modo que descubre su corazón el loto para absorber los rayos del sol matutino.
No permitas que el sol ardiente seque una sola lágrima de dolor, antes que tú mismo la hayas enjugado en el ojo del afligido.
Pero deja que las ardientes lágrimas humanas caigan una por una en tu corazón, y que en él permanezcan sin enjugarlas, hasta que se haya desvanecido el dolor que las causara.
Estas lágrimas, oh tú de corazón muy compasivo, ,son los arroyos que riegan los campos de caridad inmortal. En este suelo es donde crece la flor de la medianoche, la flor de Buddha, más difícil de encontrar y más rara de ver que la flor del árbol Vogay. Es la semilla que libra del renacimiento al Arhat a cubierto de toda lucha y concupiscencia, y le guía a través de las regiones del Ser a la paz y beatitud conocidas únicamente en la región del Silencio y del No-Ser.
Mata el deseo; pero si lo matas, vigila atentamente, no sea que de entre los muertos se levante de nuevo. Mata el amor a la vida, pero si matas el tanha, procura que no sea por la sed de vida eterna, sino para sustituir lo pasajero con la perdurable.
Nada desees. No te irrites contra el Karma ni contra las leyes inmutables de la Naturaleza. Lucha tan sólo contra lo personal, lo transitorio, efímero y perecedero.
Ayuda a la Naturaleza y con ella trabaja, y la Naturaleza te considerará como uno de sus creadores y te prestará obediencia.
Y ante ti abrirá de par en par las puertas de sus recintos secretos, y pondrá de manifiesto ante tus ojos los tesoros ocultos en las profundidades mismas de su seno puro y virginal. No contaminados por la mano de la materia, muestra ella sus tesoros únicamente al ojo del Espíritu, ojo que jamás se cierra, y para el cual no hay velo alguno en todos sus reinos.
Entonces te indicará los medios y el camino, la puerta primera y la segunda y la tercera, hasta la misma séptima. y luego te mostrará la meta, más allá de la cual hay, bañadas en la luz del sol del Espíritu, glorias inefables, únicamente visibles para los ojos del alma.
Sólo existe una vereda que conduzca al sendero; sólo al término de ella puede oírse la «Voz del Silencio». La escala por la cual asciende el candidato está formada por peldaños de sufrimiento y de dolor: éstos únicamente pueden ser acallados por la voz de la virtud. ¡Ay de ti, discípulo, si queda un solo vicio que no hayas dejado atrás! Porque entonces la escala cederá bajo tus plantas y te precipitará: su base descansa en el profundo cenegal de tus pecados y defectos, y antes que puedas aventurarte a cruzar este ancho abismo de materia, tienes que lavar tus pies en las aguas de la Renunciación. Sé precavido, no sea que pongas un pie todavía manchado en el peldaño inferior de la escala. ¡Ay de aquel que se atreva a ensuciar con sus pies fangosos un escalón tan solo! El cieno inmundo y pegajoso se secará, se hará tenaz, pegará sus pies en aquel sitio, y como el pájaro cogido en la liga del cazador astuto, quedará imposibilitado para un nuevo progreso. Sus vicios adquirirán forma, y le arrastrarán hasta el fondo. Sus pecados levantarán la voz, semejante a la risa ya! plañido del chacal después de la puesta del sol; sus pensamientos se convertirán en un ejército, y se lo llevarán tras sí como a un esclavo.
Mata tus deseos, lanú; reduce tus vicios a la impotencia, antes de dar el primer paso en el solemne viaje. Ahoga tus pecados, enmudécelos para siempre, antes de levantar un pie para subir la escala.
Aquieta tus pensamientos y fija toda la atención en tu Maestro, a quien todavía no ves, pero a quien tú sientes.
Funde tus sentidos en un solo sentido, si quieres estar seguro contra el enemigo. Por medio de este sentido único, que está oculto en la concavidad de tu cerebro, es como puede mostrarse ante los ofuscados ojos de tu alma el escarpado sendero que a tu Maestro conduce.
Largo y penoso es el camino que tienes ante ti, discípulo. Un solo pensamiento acerca de lo pasado que dejaste en pos de ti, te arrastrará al fondo, y tendrás que emprender de nuevo la subida.
Mata en ti mismo todo recuerdo de pasadas experiencias. No mires atrás, o estás perdido.
No creas que pueda extirparse la concupiscencia satisfaciéndola o saciándola, pues esto es una abominación inspirada por Mara. Alimentando al vicio es como se desarrolla y adquiere fuerza, a la manera del gusano que se ceba en el corazón de la flor.
La rosa tiene que convertirse nuevamente en el capullo nacido de su tallo generador, antes que el parásito haya roído su corazón y chupado su savia vital.

El árbol de oro produce las yemas preciosas antes que la tormenta haya maleado su tronco.
El discípulo ha de recobrar el estado infantil que perdió, antes que el sonido primero pueda herir su oído.
La luz del Maestro UNO, la luz áurea e inextinguible del Espíritu, lanza desde el principio mismo sus refulgentes rayos sobre el discípulo. Sus rayos pasan a través de las densas y oscuras nubes de la materia.
Ora aquí, ora allí, estos rayos la iluminan, de igual modo que a través del espeso follaje de la selva los rayos del sol alumbran la tierra. Pero, a menos de ser pasiva la carne, fría la cabeza, y el alma tan firme y pura como deslumbrador diamante, sus irradiaciones no llegarán a la cámara,sus rayos no calentarán el corazón, ni los místicos sonidos de las alturas Akásicas llegarán al oído del discípulo, a pesar de todo su entusiasmo, en el grado inicial.
A menos de oír, tú no puedes ver.
A menos de ver, tú no puedes oír. Oír y ver: he aquí el segundo grado.
Cuando el discípulo ve y oye, y cuando huele y gusta teniendo cerrados los ojos, los oídos, la boca y la nariz; cuando los cuatro sentidos se confunden y se hallan prestos a pasar al quinto, al del tacto interno, entonces ha pasado él al grado cuarto.
Y en el quinto, oh matador de tus pensamientos, todos éstos tienen que ser muertos de nuevo sin esperanza alguna de reanimación.
Aparta tu mente de todos los objetos externos, de toda visión exterior. Aparta las imágenes internas, no sea que proyecten una negra sombra en la luz de tu alma.
Tú estás ahora en el DHARANA, el grado sexto.
Una vez hayas pasado al séptimo, oh tú dichoso, no verás ya más el Tres sagrado, porque tú mismo habrás venido a ser dicho Tres. Tú mismo y la mente, como gemelos en una línea, y la estrella, que es tu meta, ardiendo encima de tu cabeza. Los tres que moran en la gloria y bienaventuranza inefables han perdido ahora sus nombres en el mundo de Maya. Se han convertido en una estrella única, el fuego que arde pero que no consume, aquel fuego que es el Upadhi de la Llama.
 Y esto, oh Yogui afortunado, es lo que los hombres denominan Dhyâna el  precursor dírecto del Samâdhi. Y ahora tu Yo se halla perdido en el YO, tú mismo en TI MISMO, sumido en AQUEL YO del cual tú emanaste primitivamente.
¿En dónde está tú individualidad, lanú? ¿En dónde está el lanú mismo? Es la chispa perdida en el fuego, la gota en el océano, el rayo siempre presente convertido en el Radiación universal y eterna.
Y ahora, lanú, tú eres el agente y el testigo, el radiador y la radiación, la Luz en el Sonido y el Sonido en la Luz.
Conoces ya los cinco obstáculos, oh tú bienaventurado. Tú eres su vencedor, el Maestro del sexto, el expositor de los cuatro modos de Verdad. La luz que sobre ellos se difunde, radia de ti mismo, oh tú, que fuiste discípulo y eres en la actualidad Maestro.
Y en cuanto a estos modos de Verdad:

¿No has pasado tú por el conocimiento de toda miseria, la Verdad primera?
¿No has vencido al Rey de los Maras en Tsí, el pórtico de la asamblea, la verdad segunda?
¿No has exterminado el pecado en la tercera puerta, y adquirido la Verdad tercera?
¿No has entrado en el Tau, el «Sendero» que conduce al conocimiento, la verdad cuarta?
Y ahora reposa bajo el árbol Bodhi, que es la perfección de todo conocimiento; porque sábelo, tú eres Maestro de SAMADHI. el estado de visión perfecta. ¡Mira! Tú has llegado a ser la Luz, tú te has convertido en el Sonido, tú eres tu Maestro y tu Dios.  Tú eres TÚ MISMO, el objeto de tus investigaciones, la incesante VOZ que resuena a través de las eternidades, libre de cambio, exenta de pecado, los siete sonidos en uno, la VOZ DEL SILENCIO.

OM TAT SAT




Fragmento segundo

                                  Los dos senderos


Y ahora, oh Maestro de Compasión, indica el camino a los demás hombres. Contempla a todos aquellos que, llamando para ser admitidos. esperan en la ignorancia y en las tinieblas ver abierta repentinamente la puerta de la ley suave.
La voz de los candidatos:
¿No revelarás tú, Maestro de tu propia clemencia, la Doctrina del Corazón?¿Rehusarás guiar a tus siervos al Sendero de Liberación?
Dice el Maestro:
Los Senderos son dos; las grandes Perfecciones, tres:
seis son las Virtudes que trasforman el cuerpo en el Arbol del Conocimiento.
¿Quién se aproximará a ellos?
¿Quién será el primero que en ellos entrará?
¿Quién oirá primeramente la doctrina de los dos Senderos en uno, la verdad sin velo acerca del Corazón Secreto?
La ley que, rehuyendo el estudio, enseña la Sabiduría, revela una historia de angustias.
¡Ah! Triste cosa es que todos los hombres posean Alaya, que sean uno con la Alma grande, y que, poseyéndola, Alaya les aproveche tan poco.
Contempla cómo, a semejanza de la luna que se refleja en las aguas tranquilas, Alaya es reflejada por lo pequeño y lo grande, se reverbera en los átomos más diminutos,. y sin embargo, no logra alcanzar el corazón de todos. ¡Ah, qué tan pocos hombres se aprovechen el don, del inapreciable beneficio de aprender la verdad, de lograr la verdadera percepción de las cosas existentes, el conocimiento de lo no existente!
Dice el discípulo:
Oh Maestro, ¿qué debo yo hacer para alcanzar la Sabiduría?
Oh tú, sabio, ¿qué haré para obtener la perfección?
Dice el Maestro:
Ve en busca de los Senderos. Pero, oh lanú, sé limpio de corazón antes de emprender el viaje. Antes de dar el primer paso, aprende a discernir lo verdadero de lo falso, lo siempre fugaz de lo sempiterno. Aprende sobre todo a distinguir la Sabiduría de la Cabeza, de la Sabiduría del Alma; la doctrina del «Ojo», de la del «Corazón».
Verdaderamente, la ignorancia se asemeja a un vaso cerrado y sin aire; el alma es como un pajarilla preso en su interior. No gorjea ni puede mover una pluma, mudo y aletargado queda el cantor, y exhausto muere.
Pero aun la ignorancia misma es preferible a la Sabiduría de la Cabeza, si ésta no tiene la Sabiduría del Alma para iluminarla y dirigirla.
Las semillas de Sabiduría no pueden germinar y desarrollarse en un espacio sin aire. Para vivir y cosechar experiencia, necesita la mente anchura y profundidad y fines que la atraigan al Alma-Diamante. No busques tales fines en el reino de Maya; remóntate por encima de las ilusiones, busca al eterno e inmutable Sat, desconfiado de las falsas sugestiones de la fantasía.
Porque la mente es parecida a un espejo; cúbrese de polvo mientras refleja. Ha menester de las suaves brisas de la Sabiduría del Alma para que arrebaten el polvo de nuestras ilusiones. Procura, principiante, fundir tu mente con tu Alma.
Huye de la ignorancia, huye igualmente de la ilusión. Aparta tu faz de las decepciones mundanales; desconfía de tus sentidos, porque son falsos. Pero en lo interior de tu cuerpo, en el sagrario de tus sensaciones, busca en lo impersonal al «hombre eterno», y una vez lo hayas encontrado, mira hacia dentro: eres Buddha.
Apártate del aplauso, oh tú, devoto. El aplauso conduce al engaño propio. Tu cuerpo no es el yo; tu YO existe por sí mismo independientemente del cuerpo, y no le afectan ni los elogios ni los vituperios.
La propia alabanza, discípulo, es a manera de una torre elevada, a la cual ha subido un loco presuntuoso, que permanece allí en orgullosa soledad e inadvertido de todos, excepto de él mismo.
El falso saber es desechado por el sabio y esparcido a los vientos por la buena ley. Su rueda gira para todos, así para el humilde como para el soberbio. La «Doctrina del Ojo» es para la multitud; la «Doctrina del Corazón» es para los elegidos. Los primeros repiten con orgullo: «Ved, yo sé»; los segundos, aquellos que humildemente han recogido la cosecha, en voz baja dicen: «Así he oído yo».
«Gran Tamizador» es el nombre de la «Doctrina del Corazón», discípulo.
La rueda de la buena ley se mueve rápidamente. Muele de noche y de día. Separa del dorado grano la despreciable cascarilla, y de la harina los desechos. 
La mano del Karma guía la rueda, y sus vueltas marcan los latidos del corazón kármico.
El verdadero saber es la harina; la falsa ciencia es la cascarilla. Si quieres comer el pan de Sabiduría, tienes que amasar tu harina ron las límpidas aguas de Amrita; pero si amasas tú escorias con el rocío de Maya  no harás sino preparar alimento para las negras palomas de la muerte, para las aves de nacimiento, miseria y dolor.
Si te dicen que, para convertirte en un Arhán tienes que dejar de amar a todos los seres, diles que mienten.
Si te dicen que, para conseguir la liberación, has de odiar a tu madre y desatender a tu hijo, negar a tu padre y llamare «amo de casa», renunciar a toda compasión por el hombre y el animal, diles que su lengua es falaz.
Esto enseñan los Tirthikas, los incrédulos.
Si te enseñan que el pecado nace de la acción, y la bienaventuranza de la inacción absoluta, diles entonces que yerran. La falta de continuidad de la acción humana; la liberación de la esclavitud de la mente por medio de la cesación del pecado y de los vicios, no son para «Yos-Deva». Tal dice la «Doctrina del Corazón».
El Dharma del «Ojo» es la encarnación de lo externo y de lo no existente.
El Dharma del «Corazón» es la encarnación de Bodhi; lo Permanentemente y lo Sempiterno.
La lámpara arde con brillantez cuando la mecha y el aceite son puros. Para purificarlos es menester un purificador. La llama no experimenta el proceso de purificación. «Las ramas de un árbol son sacudidas por el viento; el tronco permanece inmóvil».
La acción e inacción pueden hallar juntas cabida en ti; agitado tu cuerpo, tranquila tu mente, tan nítida tu Alma como un lago de la montaña.
¿Quieres tú convertirte en un Yogui del «Círculo del tiempo»?
Entonces, oh lanú:
No creas que viviendo en selvas sombrías, en orgulloso retiro y apartamiento de los hombres, no creas tú que alimentándote sólo con hierbas y raíces y mitigando la sed con la nieve de la gran Cordillera; no creas tú, devoto, que todo esto pueda conducirte a la meta de la liberación final.
No imagines que con quebrantar tus huesos y lacerar tus carnes te unas a tu «yo silencioso». No pienses que una vez vencidos los pecados de tu forma grosera, oh Víctima de tus sombras queden cumplidos tus deberes para con la Naturaleza y el hombre.
Los bienaventurados han desdeñado obrar de tal suerte. El León de la Ley, el Señor de Misericordia al descubrir la verdadera causa de la miseria humana, abandonó inmediatamente el dulce pero egoísta reposo de la selva tranquila. De Aranyaka , pasó a ser Maestro de la humanidad. Después de haber Julai entrado en el Nirvana, predicó en el monte y el llano, y pronunció discursos en las ciudades, a los Devas, a los hombres ya los dioses.
Siembra buenas acciones, y recogerás el fruto de ellas. La inacción en una obra de caridad, viene a ser acción en un pecado mortal.
Así habla el Sabio:
¿Te abstendrás de la acción? No es así como alcanzará tu alma su libertad. Para llegar al Nirvana, debe uno conseguir el conocimiento de Sí mismo; y el conocimiento de Sí mismo es hijo de las buenas obras.
Ten paciencia, candidato, como aquel que no teme ningún fracaso, ni acaricia triunfo alguno. Fija la mirada de tu alma en la estrella cuyo rayo eres tú, en la estrella flamígera que resplandece en los tenebrosos abismos del eterno Ser, en las regiones sin límites de lo Desconocido.
Ten perseverancia, como aquel que resiste eternamente. Tus sombras viven y se desvanecen; aquello que en ti vivirá siempre, aquello que en ti conoce, porque es el conocimiento, no está dotado de vida efímera, es el hombre que fue, es y será, y para quien jamás sonará la hora.
Si pretendes lograr dulce paz y reposo, discípulo, siembra con las semillas del mérito los campos de las cosechas venideras. Acepta las miserias del nacimiento.
Pasa de la luz del sol a la sombra para hacer más sitio a otros. Las lágrimas que riegan el árido suelo de dolores y tristezas, hacen brotar las flores y los frutos de retribución kármica. Del horno de la humana vida y de su negro humo elévanse llamas aladas, llamas puras, que remontándose más y más bajo el ojo kármico, tejen al fin la tela gloriosa de las tres vestiduras del Sendero.
Estas vestiduras son: Nirmânakâya, Sambhoga Kâya y Dharmakâya, la sublime vestidura.
La vestidura Shangna, puede verdaderamente proporcionar la luz eterna. La vestidura Shangna sólo da el Nirvana de destrucción; pone término al renacimiento, pero, oh lanú, también mata la compasión. Los Buddhas perfectos que están revestidos de la gloria de Dharmakâya, no pueden ya coadyuvar a la salvación del hombre. ¡Ah!, ¿serán todos los YOS sacrificados al Yo; la humanidad al bienestar de Unidades?
Sabe, principiante, que éste es el SENDERO patente, el camino que conduce a la bienaventuranza egoísta, despreciada por los Boddhisattvas del «Corazón Secreto», los Buddhas de Compasión.
Vivir para el bien de la humanidad, es el primer paso. Practicar las seis virtudes gloriosas, es el segundo.
El tomar para sí la humilde vestidura del Nirmanakâya, es renunciar a la eterna felicidad de uno mismo, para contribuir a la salvación del hombre El obtener la bienaventuranza del Nirvana y renunciar luego a ella, es el paso final, supremo, el más alto en el Sendero de la Renunciación.
Sabe, discípulo, que éste es el SENDERO secreto escogido por los Buddhas de Perfección que han sacrificado el YO a los Yos más débiles.
Empero; si la «Doctrina del Corazón» es de un vuelo excesivamente elevado para ti; si has menester de auxilio para ti mismo y temes ofrecérselo a los demás, entonces, oh tú de corazón tímido, sábelo con tiempo, conténtate con la «Doctrina del Ojo» de la Ley.
Espera, no obstante. Porque si el «Sendero secreto» es inaccesible para ti en este «día», estará a tu alcance «mañana». No olvides que ningún esfuerzo, ni aun el más insignificante, así en buena como en mala dirección, puede desvanecerse del mundo de las causas. Ni aun el disipado humo queda sin huella. «Una palabra dura pronunciada en pasadas vidas, no es destruida, vuelve de nuevo». No nacerán rosas del pimentero, ni la argentina estrella del perfumado jazmín se convertirá en una espina o un cardo.
Puedes tú crear en este «día» las eventualidades para tu «mañana». En la «Gran Jornada»,  las causas a cada hora sembradas llevan consigo, cada una de ellas, su cosecha de efectos, porque la inflexible Justicia rige el mundo. Con poderoso impulso de acción que jamás yerra, aporta a los mortales vidas de felicidad o de sufrimiento, progenie kármica de todos nuestros anteriores pensamientos y actos.
Atesora, pues, por tanto mérito como hay en reserva para ti, oh tú de corazón paciente. Ten buen ánimo y conténtate con tu suerte. Tal es tu Karma, el Karma del cielo de tus nacimientos, el destino de aquellos que en su dolor y tristeza, han nacido al mismo tiempo que tú, regocíjate y llora de vida en vida, encadenado a tus acciones pasadas.
Trabaja para ellos «hoy», y ellos trabajarán para ti «mañana».
De la yema de la Renuncia del Yo, brota el dulce fruto de la Liberación final.
Condenado a perecer está aquel que, por miedo a Mara, se abstiene de ayudar al hombre, como no sea en provecho propio. El peregrino que ansía refrescar sus secos labios en las aguas vivas, y sin embargo no se atreve a lanzarse en ellas por temor a la corriente, se expone a sucumbir de calor. La inacción originada del miedo egoísta, no puede producir sino malos frutos.
El devoto egoísta vive sin objeto alguno. El hombre que no desempeña la tarea que tiene asignada en la vida, ha vivido en vano.
Sigue la rueda de la vida, sigue la rueda del deber para con la raza y la familia, el amigo y el enemigo, y cierra tu mente así a los placeres como a los dolores. Agota la ley de retribución kármica. Atesora Siddhis para tu nacimiento venidero.
Si no puedes tú ser sol, sé el planeta humilde. Si no te es dable resplandecer como el sol de mediodía sobre el monte nevado de la pureza eterna, entonces, oh neófito, elige una vía más humilde.
Muestra el «Camino», siquiera lo hagas vagamente y confundido entre la multitud; como lo muestra la estrella vespertina a aquellos que siguen su ruta en medio de la oscuridad.
Contempla como Migmar, cubriendo su «Ojo» con su velo carmesí, pasa majestuosamente acariciando la tierra adormecida. Observa el aura ardiente de la «Mano» de Lhagpa extendida en señal de amorosa protección sobre la cabeza de sus ascetas. Ambos son ahora servidores de Nyima, o dejados en su ausencia como centinelas silenciosos durante la noche. Uno y otro fueron, sin embargo, en pasado Kalpas, Nyimas resplandecientes, y podrán en «días» venideros convertirse de nuevo en dos soles. Tales son las caídas y los encumbramientos de la ley kármica en la naturaleza.
Sé como ellos, lanú. Da luz y refrigerio al agobiado peregrino, y busca a aquel que sabe todavía menos que tú; aquel que sumido en desolación cruel, detiénese hambriento dcl pan de Sabiduría y del pan que alimenta a la sombra, sin Maestro, sin esperanza ni suelo, y hazle oír la ley.
Dile, candidato, que aquel que hace del orgullo y del amor propio unos esclavos de la devoción; que aquel que, aferrándose a la existencia, ofrece, no obstante, su conformidad y sumisión a la ley, como una fragante flor depositada a los pies de Shakya- Thubpa, llega a ser un Srôtâpatti en la presente encarnación. Los Siddhis de perfección pueden columbrarse a lo lejos muy lejos; pero se ha dado el primer paso, él ha entrado ya en la corriente, y puede adquirir la vista del águila de las montañas y el oído de la tímida corza.
Dile, oh aspirante, que la verdadera devoción puede devolverle el conocimiento, aquel conocimiento que fue suyo de :remotas encarnaciones. La vista del Deva y el oído del Deva no se logran en una breve existencia.
Sé humilde, si quieres alcanzar la Sabiduría.
Sé más humilde aún, cuando de la Sabiduría seas dueño.
Sé a manera del océano, que recibe todos los ríos y torrentes. La poderosa calma del mar permanece inalterable, sin sentirlos.
Refrena tu yo inferior mediante tu Yo divino.
Refrena lo Divino por medio de lo Eterno.
Grande, en verdad, es aquel que aniquila el deseo.
Más grande aún es aquel en quien el Yo divino ha destruido hasta la noción del deseo.
Vigila lo Inferior, no sea que mancille lo Superior.
El camino de la Liberación final está dentro de tu YO.
Aquel camino empieza y termina más allá del YO.
Menospreciada de los hombres y humilde, a los ojos altaneros del Tirthika, es la madre de todos los ríos; vacía la humana forma, a los ojos de los necios, aunque llena de las dulces aguas del Amrita. Con todo, el origen de los ríos sagrados es la región sagrada, y aquel que posee la Sabiduría, es honrado por todos los hombres.
Los Arhans y los Sabios de visión sin límites son tan raros como la flor del árbol Udumbara. Nacen los Arhans a la hora de medianoche, al mismo tiempo que la sagrada planta de nueve y siete tallos, la flor santa que se abre y despliega en las tinieblas surgiendo del límpido rocío y del lecho helado de las nevadas cumbres, no holladas por ningún pie pecador.
Ningún Arhán, oh lanú, llega a serlo en aquella encarnación en que, por vez primera, empieza el Alma a suspirar por la Liberación final. Sin embargo, oh tú de corazón al1sioso, a ningún guerrero que voluntariamente se ofrezca a pelear en la fiera lucha entre los vivos y los muertos, a ningún recluta se le puede negar el derecho de entrar en el sendero que conduce al campo de batalla.
Porque, o vencerá, o sucumbirá.
Si vence, el Nirvana será suyo. Antes que arroje la sombra de su envoltura mortal, aquella causa preñada de angustias y de dolor sin límites, venerarán los hombres en él un grande y santo Buddha.
Y si sucumbe, entonces tampoco sucumbe en vano; los enemigos a quienes mató en el combate postrero, no volverán a la vida en su próximo nacimiento.
Pero si quieres obtener el Nirvana, o desechar el premio, no sea tu incentivo el fruto de la acción y de la inacción, oh tú de corazón intrépido.
Sabe que al Bodhisattva que trueca la Liberación por la Renuncia, con el objeto de asumir las miserias de la «Vida Secreta», se le califica de «tres veces Honrado»; oh tú, candidato al sufrimiento por espacio de los ciclos.
El SENDERO es uno, discípulo; no obstante, a su término se divide en dos. Marcadas están sus etapas por cuatro y siete Portales. En uno de los extremos hay la bienaventuranza inmediata; en el otro, la bienaventuranza diferida. Una y otra son la recompensa del mérito; la elección está en tu mano.
El Sendero Uno se convierte en dos; el Patente y el Secreto. El primero conduce a la meta; el segundo al sacrificio de sí mismo.
Cuando a lo Permanente es sacrificado la Mutable, tuyo es el premio; la gota vuelve al punto de donde procedió. El SENDERO patente conduce al cambio sin cambios, al Nirvana, al estado glorioso de lo Absoluto, a la felicidad jnconcebible para el humano entendimiento.
Así, pues, el primer Sendero es la LIBERACIÓN.
Pero el Segundo Sendero es la RENUNCIACIÓN, y por esto se le llama «Sendero de Dolor».
El Sendero secreto conduce al Arhán a sufrimientos mentales indecibles; sufrimientos por los Muertos vivientes, y compasión impotente por los hombres que gimen en la kármica amargura; los Sabios no se atreven a suavizar el fruto del Karma.
Porque, escrito está: «Enseña a evitar todas las causas; a la ondulación del efecto, lo mismo que a la grande oleada del aguaje, las dejarás seguir su curso».
El «Sendero patente», no bien hayas llegado a su meta, te conducirá a desechar el cuerpo Boddisáttvico, y te hará entrar en el estado tres veces glorioso de Dharmakâya, que es el olvido del mundo y de los hombres para siempre.
El «Sendero secreto» conduce igualmente a la felicidad Paranirvánica, pero al fin de Kalpas sin cuento; de Nirvânas ganados y perdidos por piedad y compasión inmensa por el mundo de mortales engañados.
Pero se ha dicho: «El último será el más grande»: Samyak Sambuddha, el Maestro de Perfección, abandonó su Yo para la salvación del Mundo, deteniéndose en los umbrales del Nirvana, el estado puro.
Ahora posees ya el conocimiento acerca de los senderos. Día vendrá para tu elección, oh tú de alma ansiosa, cuando hayas llegado al fin y pasado los siete Portales. Tu mente está iluminada. Ya no te hallas perdido en el intrincado laberinto de pensamientos ilusorios, porque tú lo has aprendido todo. Ante ti está la Verdad sin velo, fijando en tu faz sus ojos severos.
Ella dice:
«Dulces son los frutos del Reposo y de la Liberación para el provecho del Yo; pero más dulces aún son los frutos de un duradero y amargo deber. Sí, la Renunciación en beneficio de los demás, de tus semejantes que sufren».
Aquel que se convierte en Pratyêka-Buddha presta obediencia sólo a su Yo. El Bodhisattva que ha ganado la batalla, que en su mano tiene el premio de la victoria y sin embargo, dice en su compasión divina: «En provecho de otros cedo este gran premio»; efectúa la mayor Renunciación.
ES UN SALVADOR DEL MUNDO.
¡Mira! La meta de la beatitud y el largo Sendero de Amargura están en el último extremo. ¡Puedes elegir la una o el otro, oh aspirante al Dolor, durante los ciclos venideros!...
OM VAJRAPANI HUM




FIN PRIMERA PARTE.

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