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lunes, 4 de noviembre de 2024

Sobre la Terapia Narrativa y las conversaciones de Re-Autoría

 


FUNDAMENTACIÓN TEÓRICO-CLÍNICA

Para el abordaje de los pacientes existe muy en boga actualmente la Terapia Narrativa. Dos textos nos permiten dilucidar su fundamentación teórica-clínica, abordaje y tratamiento a niveles muy generales: para tal tarea es de suma utilidad el libro “Los medios narrativos en instancias terapéuticas” (la versión en castellano que aquí ocupo es de 1993, la original en inglés es de 1990) de Michael White (1948-2008), trabajador social y terapeuta australiano, y David Epston (1944-), sociólogo, antropólogo y terapeuta neozelandés, fundadores de la Terapia Narrativa. Ambos galardonados con doctorados honoríficos por la Universidad John F. Kennedy, campus de Orinda – California. Y, por otro lado, traigo un texto muy breve que puede servir como introducción al trabajo de White y Epston, o como recopilación bibliográfica, se denomina y se basa en las conversaciones de “re-autoría”, cuyo título remite a la aclaración: “respuestas a las preguntas más frecuentes” (2003-2004) de Shona Russell y Maggie Carey.

     Solo indicando ciertos precedentes históricos útiles para la formulación de la Terapia Narrativa, vale decir que su fundamentación proviene de distintas teorías sociales, pero no menos importante es la inserción de algunos aspectos del trabajo teórico de Michel Foucault (1926-1984) sobre el poder y el conocimiento, entre otros autores y corrientes de pensamiento. Foucault fue un intelectual francés que se describió a sí mismo como un “historiador de los sistemas de pensamiento”, ciertos hitos de su obra resultan de gran importancia para el sustento teórico de las terapias que trato.

     Por otra parte, en los años ochenta y noventa comenzaron a surgir unas literaturas distintas sobre las terapias familiares que abrían debates sobre la comprensión y concepción del concepto del poder (entre ellas destaca la que nos ocupa). En tales profundizaciones surgieron opiniones basadas en que el “poder” no existe, que es algo que se construye netamente en el lenguaje: bajo esta primera premisa se afirma que las personas o grupos que experimentan sus efectos han contribuido a “producirlo” (de hecho la idea suena un tanto paradójica y dubitativa; White solo menciona el postulado del pensamiento de cierto tipo de autores que no cita, cf. White y Epston, 1993, p. 19). Aún siguiendo al autor (= White, quien siempre habla en primera persona porque es el escritor del libro, citando a Epston en la portada y en todo su contenido por su co-propiedad en lo expuesto [también podríamos calificarlo de co-autor], quien de hecho tuvo la idea de reunir el material de este libro), la posición contraria sostiene entonces que el poder existe realmente y es ejercido por algunas personas con el propósito de oprimir a otras. En aquellos años la polémica parece haber llegado a un “punto muerto”, lo que no contribuyó a hacer avanzar la reflexión sobre el poder y su funcionamiento. No obstante, Foucault aporta una vía que ilumina el aparente callejón sin salida; pues el mismo Foucault es el precedente para la construcción de la narratividad terapéutica en la que White y Epston trabajarán incansablemente, publicando numerosos artículos para validarla. En efecto, hoy es un abordaje respetado y preferido por muchos.

     Además del psicólogo y filósofo recién citado, también se inspiraron White, particularmente, y Epston por los escritos de Gregory Bateson (1972, 1979) de donde proviene el “método interpretativo”. White no se refiere a un método interpretativo en un sentido psicoanalítico, sino de la manera en que lo describen los expertos en ciencias sociales: como estudio de los procesos por los que desciframos el mundo. “Dado que no podemos conocer la realidad objetiva, todo conocimiento requiere de un acto de interpretación” (ibíd., p. 20). Si bien los científicos sociales (muy probablemente se refiere a los psicólogos conductistas) apuntan a que las nociones lineales de causalidad —derivadas principalmente de la física newtoniana— son netamente las adecuadas para explicar los hechos en los ‘sistemas vivos’, por el contrario, Bateson comenzó a razonar que para nosotros no es posible conocer la realidad objetiva. Es por ello que, refiriéndose a la máxima “el mapa no es el territorio” de Alfred Korzybski, Bateson afirma que la comprensión que tenemos de un hecho, o el significado que le atribuimos, están determinados y restringidos por su contexto receptor, es decir, por la red de premisas y supuestos que constituyen nuestros mapas del mundo. Luego White explica que, al comparar estos mapas con pautas, Bateson argumenta que la interpretación de todo acontecimiento está determinada por la forma en que éste encaja dentro de las pautas conocidas, y llamó al proceso “codificación de la parte a partir del todo” (Bateson, 1972; citado por White y Epston, ibíd., p. 20). Bateson no solo sostuvo que la interpretación de un evento está determinada por su contexto receptor, sino también que aquellos acontecimientos que no pueden “pautarse” no son seleccionados para la supervivencia; tales acontecimientos no existen como hechos (ibíd).

     White, como también Epston, observaron a partir de las obras de Bateson un aspecto que comúnmente no solía considerarse en el proceder [psico]terapéutico: el de la “dimensión temporal”, esto según White. Por cierto, en este artículo soy yo quien agrega el prefijo “psico”, puesto que ellos en su libro y artículos siempre hablan solo de “terapéutico”, misma costumbre continuarán sus sucesores. El/la que haya revisado las biografías universitarias de White y Epston se percatará muy fácilmente que no poseían la profesión de psicólogo o psiquiatra, por ello ocupaban el término “terapéutico”: porque la anticipación de “psico” compete a la autoridad de las otras dos profesiones ya dichas; por ende siempre se les denomina “terapeutas” a los dos creadores de la Terapia Narrativa, a los miembros acreditados de sus centros-institutos y “terapéuticos” a los métodos utilizados. Tal distinción profesional ya generalizada basada en los compuestos en esas dos palabras (con o sin “psico”) es un acuerdo implícito y explícito hoy, independientemente de que el término “psicoterapéutico” haya sido creado por Hack Tuke hace dos siglos, e independientemente de que la terapia narrativa sea la preferida de muchos psicólogos hoy: pasó así al dominio de la profesión especializada en la psicoterapia en sí. No obstante, al ser la terapia narrativa originariamente “terapéutica” es susceptible de ser utilizada hoy por otras profesiones, como dice el Dulwich Centre tanto por terapeutas familiares, trabajadores comunitarios, maestros (habría que verificar que tipo de profesor), académicos, antropólogos, trabajadores de desarrollo cultural social/comunitario, trabajadores sociales, documentalistas de cine y vídeo.

     Retomando, al afirmar Bateson que toda información es necesariamente la “noticia de una diferencia”, y que es la percepción de la diferencia lo que desencadena todas las nuevas respuestas en los sistemas vivos, demostró que situar los eventos en el tiempo es esencial para la percepción de la diferencia y asimismo la detección del cambio. En otras palabras, la próxima incorporación del concepto de “narrativo” estuvo siempre ligado a una noción de dimensión temporal, remarcando su fuerza y superando la época en que se percibe como ausente de la indagación conceptual y del ejercicio [psico]terapéutico. Según Edward M. Bruner (1986a, p. 153) la estructura narrativa tiene una ventaja sobre otros conceptos afines, como la metáfora o el paradigma, porque destaca el orden y la secuencia en un sentido formal, y es más adecuada para el estudio del cambio, el ciclo vital y cualquier otro proceso de desarrollo. El relato como modelo tiene un interesante aspecto dual: es tanto lineal como instantáneo (citado por White y Epston, ibíd.).

     Ahora me situaré en la terapia familiar, núcleo, motor, origen e inspiración para circunscribir la terapia narrativa como tal. En la perspectiva teórica-práctica de White la terapia familiar está basada en el método interpretativo, que en vez de seguir la línea más común que plantea una cierta estructura subyacente o disfunción determinante del comportamiento y las interacciones de sus miembros, sostiene en cambio que es el ‘significado’ que los miembros atribuyen a los hechos lo que determina su comportamiento grupal. White manifiesta un interés temprano por estudiar la forma en que los miembros organizan sus vidas alrededor de ciertos significados y cómo, al hacerlo, contribuyen inadvertidamente a la “supervivencia” y a la “carrera” del problema. Aquí marca(n) una diferencia con otros teóricos familiares que consideran que el problema es de algún modo requerido por las personas o por el “sistema”; por contraste, White se interesa por las exigencias del problema para su supervivencia, asimismo por el efecto que tienen esas exigencias sobre las vidas y las relaciones de las personas. Propone White que las respuestas de los miembros de las familias a las exigencias del problema, tomadas en su conjunto, constituyen inadvertidamente el sistema de apoyo a la vida del problema (cf. 1986a).

     La carrera o el “estilo de vida” del problema se convierte en la narración del problema. Los problemas en un contexto de “tendencias” parecen tener una vida propia en la que con el tiempo llegan a ejercer más influencia, y son los miembros de la familia los que parecen no advertir la índole progresiva y direccional de la coevolución alrededor de las definiciones de problemas, esto funciona tanto a nivel macro (familia) como a nivel micro (individual). Es por eso que White propone la “externalización del problema” como un mecanismo para ayudar a apartarse de descripciones “saturadas por el problema” de sus vidas y relaciones (White, 1984, 1986a, 1986b, 1986c, 1987).

     En los inicios de las ciencias sociales, los estudiosos de este campo, en un esfuerzo por justificar su empeño y alcanzar la anhelada validez científica, lograr credibilidad y reclamar legitimidad, buscaron en las ciencias físicas positivistas mapas sobre los cuales basar su interpretación de los acontecimientos en los sistemas sociales (lo que me parece fue el camino correcto, ya que gracias a estos cimientos firmes hoy podemos innovar con mayor libertad con nuevos significados que unen perfectamente bien lo subjetivo con lo objetivo. Esto me recuerda la fenomenología [aunque sugiero al lector que marque aquí la debida distinción histórica-temporal], que es la rama empírica de la filosofía, cuya praxis no solo se remite al movimiento fundado por Edmund Husserl). Cuando el positivismo —la idea de que no es posible tener un conocimiento directo del mundo— empezó a ser objeto de conocimiento, los expertos en ciencias sociales se dieron cuenta de que otros científicos procedían por analogía. Observaron además que las analogías de las que ellos estaban apropiándose ya habían sido adaptadas a partir de otros campos por las ciencias físicas —que “la ciencia le debe más a la máquina de vapor que la máquina de vapor a la ciencia” (Geertz, 1983, p. 22)— y se sintieron libres para buscar en otra parte las metáforas de las que habrían de derivar sus teorías (lo cual es de igual modo científico). Geertz explica este desplazamiento como la “reformulación del pensamiento social”. Actualmente se acepta que toda formulación que postule significado es interpretativa: que estas formulaciones son el resultado de una indagación determinada por nuestros mapas o analogías o, como dice Goffman (1974), por “nuestros marcos interpretativos”. Por lo tanto, las analogías que empleamos determinan nuestro examen del mundo: las preguntas que formulamos acerca de los hechos, las realidades que construimos y los efectos “reales” experimentados por quienes participan en la indagación. Las analogías que usamos determinan incluso las propias distinciones que extraemos del mundo (ibíd., p. 22). El uso de la analogía proviene de la antigua filosofía, la cual siempre contiene recursos y herramientas de construcción teórica y discursiva muy útiles hasta hoy. Sin olvidar que la misma ciencia y su método proceden de la filosofía, que la medicina empírica es hija de la medicina filosófica, entre otros ejemplos reflexivos.

     En relación a este uso de las analogías como sustento primigenio de las terapias narrativas y familiares, White sigue la línea de las “analogías del texto” que en la organización social son construidas como “textos de comportamientos”, los cuales generan simultáneamente representaciones de historias o conocimientos entendidos como opresivos o dominantes, pero no todo se imposibilita o estanca allí, ya que permiten además un espacio para la elaboración de historias alternativas. Esto es fundamental. Es necesario que el [psico]terapeuta logre identificar esos espacios para construir nuevas historias que reemplacen a las anteriores, bajo este método se rejuvenecen, se refrescan, se transforman en adecuadas para el bienestar mental individual, familiar y social. Con el debido trabajo y perfeccionamiento es posible reemplazar completamente el texto del comportamiento anterior por uno nuevo a criterio según el caso.

     Otra pincelada sobre la discusión anterior: los antiguos expertos en ciencias sociales, entonces, habían llegado a la conclusión de que no podemos tener un conocimiento directo del mundo y que todo lo que las personas saben de la vida lo conocen a través de la “experiencia vivida”. Como explica White, esta propuesta llevó a la formulación de nuevas e importantes interrogantes: ¿cómo organizan las personas sus experiencias? ¿Qué hacen con esta experiencia para darle un significado y explicar así sus vidas? ¿Cómo se da expresión a la experiencia vivida? (ibíd., p. 27). Los investigadores que adoptaron la analogía del texto respondieron argumentando que para entender nuestras vidas y expresarnos a nosotros mismos la experiencia debe “relatarse”, y que es precisamente el hecho de relatar lo que determina el significado que se atribuirá a la experiencia. Aquí nos hemos encontrado con otro punto muy importante y que consuma el constructo teórico-clínico que sostiene el método de terapias narrativas.

     La praxis es la siguiente: en su esfuerzo de dar un sentido a su vida, las personas se enfrentan con la tarea de organizar su experiencia de los acontecimientos en secuencias temporales, a fin de obtener un relato coherente de sí mismas y del mundo que las rodea. Las experiencias específicas de sucesos del pasado y del presente, y aquellas que se prevé ocurrirán en un futuro, deben estar conectadas entre sí en una secuencia lineal para que la narración pueda desarrollarse. Se puede decir que esta narración es un relato o una autonarración (Gergen y Gergen, 1984). El éxito de esta narración de la experiencia da a las personas un sentido de continuidad y significado en sus vidas, apoyándose en ella para ordenar la cotidianeidad e interpretar las experiencias posteriores. Puesto que todos los relatos tienen un comienzo (o historia), un medio (o presente) y un fin (o futuro), la interpretación de los eventos actuales está tan determinada por el pasado como moldeada por el futuro (ibíd.).

     La estructuración de una narración requiere la utilización de un proceso de selección por medio del cual dejamos de lado, de entre el conjunto de los hechos de nuestra experiencia, aquellos que no encajan en los relatos dominantes que nosotros y los demás desarrollamos acerca de nosotros mismos. Con este ejercicio nos vamos desligando igualmente de las nociones dominantes sociales sobre cómo se debería pensar y proceder; existen muchos prejuicios culturales que obligan a guiar el comportamiento; se debe dotar al paciente de control y poder sobre sus narraciones, siempre y cuando no haga daño a nadie con las mismas (ni mucho menos a sí mismos, por eso el proceso debe estar guiado en sus fases iniciales, intermedias y avanzadas por un profesional, hasta que este dictamine en qué fecha debe el paciente proceder solo).

     Pero, a lo largo del tiempo y por necesidad, gran parte del bagaje de experiencias vividas de las personas quedan sin relatar y nunca son “contadas” o expresadas, en palabras de White el bagaje “permanece amorfo, sin organización y sin forma” (ibíd., p. 29). Si aceptamos que las personas organizan su experiencia, otorgandole sentido por medio del relato, y que en la construcción de esos relatos expresan aspectos escogidos de su experiencia vivida, se deduce que estos relatos son constitutivos: moldean las vidas y las relaciones. Por tal razón debemos animarnos a nosotros mismos y a nuestros pacientes a comenzar el proceso de interpretación o reinterpretación de esos textos internos, primero, para ordenarlos, segundo, para resignificarlos, así se va construyendo un nuevo sistema de pensamientos, creencias, analogías, textos internos y externos que ahora deben estar firmemente ligados con la calidad de vida, bienestar psicológico y bienestar social (estos últimos conceptos del bienestar agregados por mí pertenecen a otra importante vía en las ciencias sociales psicológicas, tiene numerosos exponentes y también un pasado filosófico).

     De todo esto se dilucida que la “analogía del texto” manifiesta la idea de que los relatos o narraciones que subsisten en las personas determinan tanto su interacción como su organización, y que la evolución de las vidas y de las relaciones se produce a partir de la representación de tales relatos o narraciones en comportamientos. Pero ya sabemos que estos patrones son modificables gracias al ejercicio de la conciencia activa (concepto mío), que aparta, atrae o construye nuevas realidades textuales o narrativas. De modo que la “analogía del texto” es diferente de aquellas analogías que propondrían, en las familias y las personas, una estructura o patología subyacente, constitutiva o modeladora de sus vidas y relaciones. La evolución de las vidas y relaciones a través de la representación de relatos se vincula con la “relativa indeterminación” de todos los textos. La presencia del significado implícito, de las diversas perspectivas de los diferentes “lectores” de determinados acontecimientos, y de una amplia gama de metáforas disponibles para la descripción de tales eventos, confiere a todos los textos un cierto grado de ambigüedad (cf. pp. 29-30). Y en el sentido en que lo toma Iser (1978), esta indeterminación o ambigüedad exige que las personas se comprometan en “la generación de significado bajo la guía del texto”.

     Para White “los relatos están llenos de lagunas que las personas deben llenar para que sea posible representarlos. Estas lagunas ponen en marcha la experiencia vivida y la imaginación de las personas. Con cada nueva versión las personas reescriben sus vidas. La evolución vital es similar al proceso de reescribir, por el que las personas entran en los relatos, se apoderan de ellos, los hacen suyos y pueden manejarlos” (ibíd., p. 30).

     A partir de la analogía del texto pueden postularse al menos dos supuestos principales acerca de las experiencias que las personas tienen de los problemas, y son los que definen la dinámica general a seguir. Para los fines de su análisis, White precisa su abordaje con el supuesto de que las personas que experimentan problemas por los cuales acuden a terapia, lo hacen cuando las narraciones dentro de las que “relatan” su experiencia —y/o dentro de las que su experiencia es “relatada” por otros— no representan suficientemente sus vivencias. En este caso otro supuesto dicta que en esas circunstancias habrá aspectos significativos y vitales de su experiencia vivida que contradigan estas narraciones dominantes.

     Otro prisma que destaca la fundamentación teórico-clínica de las terapias narrativas tiene relación con la externalización del problema, esto porque permite a las personas separarse de los relatos dominantes que han estado dando forma a sus vidas y relaciones (ibíd., p. 55), formas que por obviedad son regularmente negativas o incluso destructivas (motivo de consulta recurrente). Al recurrir a la externalización y con ello a la modificación del texto recuperan la capacidad de identificar aspectos previamente ignorados, pero cruciales de la experiencia vivida, aspectos ignorados que no podrían haberse predicho a partir de la lectura del relato dominante (ibíd.). White siguiendo a Goffman (1961) ha llamado a estos aspectos de la experiencia “acontecimientos extraordinarios” (cf. White, 1987, 1988).

     En otro orden de cosas, el segundo texto que cité en la introducción denominado: “Re-Autoría: Respuestas a las preguntas más frecuentes” es, como he dicho, escrito y compilado por Shona Russell y Maggie Carey. El extracto es el Capitulo 2 de su libro “Narrative therapy: responding to your questions. Adelaide: Dulwich Centre Publications” (2004). De hecho, es a través de la revista llamada “The International Journal of Narrative Therapy and Community Work” del (The) Dulwich Centre, cuya sede está ubicada en Adelaida – Australia, donde una buena cantidad de artículos sobre terapia narrativa y familiar han sido publicados desde su fundación, lo mismo en la casa editorial que posee (que publicó el libro de Russell y Carey que trato). El centro en sí fue fundado en 1983 por White y dirigido por él hasta su fallecimiento en 2008. Su actual directora es Cheryl White, quien también es fundadora del Dulwich Centre Foundation International y editora del Dulwich Centre Newsletter, siendo Christopher McLean miembro del consejo editorial. Otro dato es que unos meses antes de su muerte White funda el Adelaide Narrative Therapy Centre en 2008.

     Por su parte, lo mismo hizo Epston publicando sus artículos en el Dulwich y en su propio centro del que es co-director desde su creación en 1987: The Family Therapy Centre, ubicado primero en Sandringham y luego en Auckland en 1996, Nueva Zelanda, poseyendo filiales internacionales. En la mayoría de las fuentes se dice 1987, pero su co-fundadora Johnella Bird aclara que fue en 1988. Anteriormente en 1985 Bird fue directora del Leslie Centre, un servicio comunitario para niños, adolescentes y familias administrado por los servicios de apoyo presbiterianos, patrocinando a muchos profesionales extranjeros, entre ellos Michael White, Karl Tomm, Betty Carter y Marianne Walters. El centro de Epston posee una comunidad archivística y participativa hasta cierto punto independiente llamada “Narrative Approaches”, que es un recurso en línea fundado y mantenido por él, junto con Dean Lobovits y Jennifer Freeman. Un dato, solo para aclaración, es que desde los inicios de este movimiento White y Epston no siempre se autopublicaron en sus centros, sino que también en otras revistas y casas editoriales como W. W. Norton & Company.

     Shona Russell y Maggie Carey siguieron los mismos pasos, pues ambas fueron miembros activos de la facultad de enseñanza del Dulwich Centre, cumpliendo un papel importante en el desarrollo del “componente de práctica de habilidades” del programa de capacitación internacional. Luego Russell, Carey, White y Rob Hall trabajaron en el Narrative Practices Adelaide. Al parecer la primera dirige ahora su propio centro llamado Re-Authoring Teaching: creating a collaboratory; mientras que la segunda aún está ligada al Dulwich junto con la práctica privada. Todos son terapeutas familiares, escritores, co-autores, entre otras ocupaciones similares.

     O sea, ellos se han cooperado y citados a sí mismos, y los unos a los otros, todas estas décadas. Además han fundado centros bastante análogos. La mayoría de los personajes clave del movimiento no son licenciados en psicología ni tampoco son médicos psiquiatras, son solo terapeutas que entre ellos mismos se certifican (también se omite harta información al menos en las biografías disponibles [que son directas de las fuentes de sus instituciones y otras]). Pero vale decir que es así como se forman centros [psico]terapéuticos práctico-teóricos exitosos y perdurables en el tiempo: cuando sus miembros son trabajadores, ambiciosos, investigadores tenaces, con ánimos de abarcar la sociedad de la que participan y sobre todo si tienen miras hacia el extranjero, la persistencia es bien recompensada y pasa a la historia. Los avances aquí logrados son verdaderamente valiosos para el trabajo con pacientes individuales y familias.

     Volviendo, en el contenido del capítulo extraído del libro que ahora describo, Russell y Carey citan a White (2003a) como el creador de los mapas de conversaciones de re-autoría en la página 4 (el texto con el que cuento es un extracto que además fue publicado en el volumen n°3 de 2003 de “The International Journal of Narrative Therapy and Community Work”, traducido por Altea de Eusebio y Alicia Moreno de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, sobre cuya numeración de página me baso para citar. Debido a las características del documento que me ha llegado y que circula por la web, suelen confundirse las referencias bibliográficas, pero baste con revisar los apellidos intercambiados de las autoras y compiladoras para su solución).

     Como ellas plantean, Epston y White introdujeron la metáfora narrativa y la metáfora de re-autoría en el campo terapéutico (Epston & White 1990; Epston 1992; White 2001a, citados por Carey y Russell, 2004, p. 2). Otros datos sustanciales son: una de las consideraciones claves que introdujo el trabajo de White es considerar que las historias dan forma a la identidad de las personas (como ya tuve ocasión de tratar en este artículo); la práctica narrativa con su concepción del panorama de identidad se interesa por las nociones de “estados intencionales de identidad”, que contrastan con las nociones de “estados internos de identidad” (White, 2001b). En este procedimiento de re-autoría también se hace uso de la “jerarquía de los estados intencionales” (White, 2003b). Desde la página 11 se comparan las conversaciones de re-autoría con las prácticas narrativas, las que se conectan por medio de las “conversaciones de externalización” (Epston & White 1990; Morgan 2000; Carey y Russell 2002), sumándose las “conversaciones de remembranza” (White 1997; Russell & Carey 2002), “prácticas de testigos externos y ceremonias de definición” (White 1995, 1999) y el uso de documentos y cartas (Epston & White 1990; Epston 1994), aunque se podrían agregar incluso otros puntos de unión.

     Las conversaciones de re-autoría tienen lugar entre el terapeuta y la persona que ha acudido a su consulta e implican básicamente la identificación y la co-creación de historias de identidad alternativas. La práctica de la re-autoría se basa en la asunción de que ninguna historia puede englobar la totalidad de la experiencia de la persona, pues siempre habrá inconsistencias y contradicciones; siempre habrá otras historias que pueden formarse y co-crearse a partir de los acontecimientos de la vida. Nuestras identidades no tienen una única historia (ninguna historia nos puede resumir apelan las escritoras, p. 1), somos “multi-historiados”. Es por ello que las conversaciones de re-autoría suponen la co-autoría de historias que colaborarán en el abordaje de aquello que ha traído a la persona a consulta.

     Las historias alternativas son únicamente similares a las historias problemáticas dominantes (ahora ya dejarán de ser dominantes y pasarán a ser subyugadas por la re-autoría, siendo dominantes ahora las que se construyen conscientemente en la alianza terapéutica y que buscan claramente el perfeccionamiento integral) por consistir de acontecimientos pasados unidos a través de temas “nucleares” (palabra mía), pero las nuevas historias alternativas convierten ese tema en algo totalmente beneficioso y positivo, construido con los mejores anhelos y deseos de autorrealización (ya dejan de ser alternativas, a mí parecer, y se convierten en historias tanto firmes como estables; además ese concepto de autorrealización que cito tiene como precedente otra importante corriente de la filosofía antigua, rescatada por las teorías modernas de la corriente del bienestar). Como vemos, el procedimiento que tocamos logra también la interpretación de una determinada forma (ahora podríamos hablar de reinterpretación; por otro lado, recuérdese el “método interpretativo”), y estas formas son creadas a partir de conversaciones terapéuticas (psicoterapéuticas en los casos profesionales explicados párrafos atrás). El procedimiento central es el mismo que el ya desarrollado a lo largo de este artículo; también se suma la utilización de diplomas, cartas o invitados a sesionar con el paciente que pueden ser amigos, cercanos o familiares.

     Sugiero observar las referencias bibliográficas que están más abajo para explorar la distinta literatura de White y Epston, y si se indaga en las mismas se encuentran los autores y teóricos que los inspiraron en la fundamentación teórica-clínica de su método, entre ellos Jerome Seymour Bruner, Barbara Myerhoff, Victor Turner, William James, Lev Vygotsky, Jacques Derrida, Gilles Deleuze, además de los ya citados en mi artículo. Finalmente, solo reconocer como muy acertados los métodos de la terapia narrativa, la cual ocupo conmigo mismo y en varios casos con mis pacientes.

Autor: Felipe De Lucas Arellano

Fecha original: enero de 2019

Última revisión: 2 de diciembre 2022

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