Capítulo VI. LA INICIACIÓN CRISTIANA Y SU RELACIÓN CON EL HOMBRE
91. Dijo Jesús: “Yo no vine a abolir las leyes sino a completarlas”. Tras explicar, de modo sucinto, las Iniciaciones Egipcia y Hebraica, cabe ahora decir algo sobre la Iniciación Cristiana que es su complemento y perfección, por ser la única que abrió a todos los hombres la puerta de la Unión con el Íntimo en el Reino Interior de Dios, cosa que no sucede con las anteriores porque los aceptan sólo en número reducido.
La Iniciación Cristiana es el camino del Amor que lleva a la Unión con la Divinidad Interna y su primer grado es el Bautismo.
92. Para comprender el misterio del Bautismo debemos releer los primeros versículos del Capítulo III del Evangelio de San Juan, que dicen:
1. “Y había un hombre de los Fariseos que se llamaba Nicodemo, príncipe de los Judíos [el intelecto].
2. Este vino a Jesús de noche, y díijole: Rabbí, sabemos que has venido de Dios por maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no fuere Dios con él.
3. Respondió Jesús, y díjole: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.
4. Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?, ¿puede entrar otra vez en el vientre de su madre, y nacer?.
5. Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de Agua y del Espíritu [Santo], no puede entrar en el reino de Dios [Interno]”.
Cristo alude, en la última frase, al dominio de los elementales del Agua y del Fuego en el hombre, como principio de la Iniciación Cristiana (véase el capítulo sobre la Iniciación Egipcia).
93. En la Iniciación Antigua el neófito, tras alcanzar la justificación por el sacrificio, debía lavarse o bañarse para poder entrar en el Santuario propiamente dicho. Jesús, el Alto Iniciador, cumplió en el Jordán el antiquísimo rito del Bautismo. Y, cuando salió del Agua, es decir, triunfante sobre sus deseos, sobre él descendió el Espíritu Santo.
El Bautismo cristiano es como la purificación antigua de los judíos y como la prueba del agua en la Pirámide de Egipto. Una vez que el neófito es bautizado, lo que quiere decir purificado de sus deseos en la fuente de la vida, y cuando sobre él desciende el Espíritu Santo, se dedica a su misión: el Amor, manifestado por el servicio y a servir a la humanidad desinteresadamente, como Jesús, pues ya se purificó de sus propios deseos. Entonces el Bautismo representa la primera escala del amor Impersonal, que da acceso a la Fuente de la Vida Universal, al Reino de Dios que está dentro del hombre.
Pero el Bautismo no significa el acto material de sumergirse en el agua o de ser rociado con ella, porque ese hecho no es sino alegoría o símbolo.
Ya dijimos que los elementales del agua necesarios para la vida del hombre son los que, en él, constituyen el cuerpo de los deseos y es preciso dominarlos para la purificación.
De modo que el símbolo externo del Bautismo nos indica la necesidad de la purificación interna de nuestros deseos y pasiones, lo que puede realizarse en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento.
94. Aunque el propio sacerdote obre inconscientemente, cuando unge la parte superior de la cabeza, la frente, el pecho, etc., con aceite antes de derramar el agua que limpia, nos da a entender que por medio de los Santos Óleos y del magnetismo puro de sus dedos, facilita a veces el movimiento de los centros magnéticos que comienzan a girar – porque todo es movimiento – y se abren para recibir el agua bautismal de la purificación. Asimismo, cuando el neófito comienza a adquirir la pureza interior por medio del Bautismo esotérico, se abren sus Centros Magnéticos de Poder para recibir al Espíritu Santo.
95. El Bautismo del Espíritu Santo es la segunda etapa o continuación del primero. Cuando el aspirante se ha depurado de sus deseos negativos adviene la exaltación espiritual, seguida de una reacción: ya no puede pensar con la razón, debido a que comienza el sentir del corazón y habrá un nuevo cielo puro donde recibirá el Bautismo del Espíritu Santo, que no puede concebir ni contener en su vehículo de carne.
Experimentando ese Bautismo, huye al desierto y en ese estado de éxtasis puede sentir al Padre, fuente de toda vida, y comprender el significado de “Dios hecho carne”. Entonces podrá decir, como San Pablo: “Ni los ojos humanos jamás vieron lo que prepara Dios a sus elegidos”.
96. Llegado a ese estado, el aspirante debe sufrir la prueba de la Tentación. Esta prueba es sobremanera peligrosa porque el demonio o Enemigo Interno, que reside en nuestra naturaleza inferior, le grita: “Haz que esas piedras se conviertan en pan; domina el mundo entero, ahora que ya eres poderoso”. Sin embargo, el aspirante acaba de bañarse con el agua del Amor Impersonal, Fuente de la Vida, y sacrifica todo, hasta su propia existencia, antes que valerse de esos poderes para beneficio personal. Olvida su dolor, sus necesidades, su hambre, para aliviar a los demás, satisfacer sus necesidades y alimentar gratuitamente a millares de personas, y le responde al Enemigo Secreto: “No sólo de pan vive el hombre, sino de cada palabra proveniente de Dios”. Lo que significa que, cuando el hombre se baña en la Fuente de la Vida Universal, se siente atraído por sus pensamientos hacia el Íntimo, puede alimentarse de sus propias aspiraciones sin necesidad de recurrir a grandes cantidades de alimento del cuerpo y, para que el alma pueda alimentarse de la palabra de Dios, debe pasar por un largo ayuno.
Una vez vencida, la tentación va a conducir al Iniciado a otra etapa más elevada: la Transfiguración.
Con el Bautismo el hombre adquiere poderes espirituales; con la Tentación decide hacia qué lado se inclina, si hacia el bien o hacia el mal, en el empleo de sus poderes, porque estos son como la dinamita que puede aplicarse a la construcción o a la destrucción.
97. Una vez dominados los elementales inferiores del fuego y del agua, del instinto y de los deseos por medio del triunfo del pensamiento sobre la Tentación que incita a servirse de los poderes en beneficio propio o para adquirir, fama, gloria, etc., la Fuerza del Espíritu Santo Universal irradia Luz Divina al aspirante, tal como un foco eléctrico irradia y comunica luz a todo y a todos los que están en su radio de acción. Basta su presencia para resolver todos los problemas de los hombres. Es pobre, pero puede dar riquezas a los demás; es humilde, más irradia gloria; es silencioso, pero inspira las ideas más sublimes y constructivas. Tal es la Transfiguración, proceso del Espíritu que ilumina al Cuerpo, Templo del aspirante, y rasga todos los velos para que la Luz Interna ilumine todo el ser. Es el Cristo Radiante que se manifiesta desde el corazón, es la Luz del Mundo.
98. Anatómicamente, la médula espinal se divide en tres secciones que dan instrucciones a los nervios motores, sensoriales y simpáticos. Cuando el aspirante domina la Tentación, el fuego Espiritual sube en forma repentina desde el cordón espinal hasta llegar al cerebro, de modo incomprensible para la mayoría de la gente, y ese fuego depura las substancias groseras de los tres cuerpos inferiores del hombre: el físico, el pasional o vital y el mental, para comenzar el proceso de regeneración o Transfiguración.
El Fuego del Espíritu Santo, en el sacro, se convierte en Luz en el cerebro y entonces el hombre se vuelve Omnisciente sin necesidad de intelecto.
Cuando llegamos a la Transfiguración irradiamos solamente la Luz Blanca del Íntimo, como el Sol Espiritual, y entonces podemos decir: ÉL ES YO, YO SOY ÉL; YO SOY UNO CON EL PADRE DEL REINO DEL ÍNTIMO.
99. Después de la Transfiguración, es decir de la Unión con el Padre en el Reino del Dios Íntimo, el Iniciado debe volver al mundo, a su cuerpo unido con el mundo, para soportar tres sacrificios por sus hermanos: el del cuerpo, el del alma y el del Espíritu, como lo hizo la propia Divinidad.
El primer sacrificio, el del cuerpo físico, está representado por la Última Cena.
Cuando el aspirante sacrifica sus instintos animales en el Altar de Bronce, su propio cuerpo físico se torna alimento verdadero, y su sangre, bebida verdadera, para sus doce discípulos o facultades del espíritu situadas en su organismo como escalones para llegar a la estatura de Cristo. Para alcanzar la meta de la Iniciación, debemos apoyarnos en esas facultades, al igual que el hombre que para progresar en la vida ha de apoyarse en los demás para ascender; sin embargo, una vez que haya subido, es obligación suya ofrecerse o sacrificarse por aquellos que lo ayudaron y tenerlos consigo en su Reino.
100. Las doce facultades del Espíritu, representadas por los doce signos zodiacales y por los doce discípulos de Cristo, nos han acompañado desde tiempos inmemoriales en nuestros instintos, en nuestras caídas y en nuestros dolores para llegar a la evolución actual. Hoy día el hombre, cuando tiene ya su mente formada y completa, debe, mediante ese don, sacrificarse por el bien de quienes fueron amigos y compañeros nuestros durante tanto tiempo. Pero ese sacrificio no es sólo en bien de ellos sino en beneficio propio, porque la mente, sin el auxilio de esos discípulos o facultades internas, no puede llegar a ningún punto del camino.
101. Cuando la mente sacrifica la atracción del instinto animal convierte el cuerpo y la sangre en hostia pura, en pan y bebida de los ángeles, que desciende del cielo del Espíritu para alimentar a todos los seres de su organismo. Se convierte en sacerdote del Altísimo que sacrifica el gozo de su cuerpo animal con que se halla identificado, en beneficio de sus servidores internos. Entonces estos iluminan y comienzan a trabajar no sólo por el bien del propio cuerpo sino también por el de todos los seres que lo habitan y a dominar los instintos que atan a la animalidad.
102. El segundo sacrificio es el del alma y está representado por la agonía en el Huerto de los Olivos.
No basta con sacrificar los instintos animales del cuerpo sino que es necesario cargar en la propia alma todos los sufrimientos morales, mentales y físicos de los demás, para poder aliviarlos.
Todo Iniciado debe sufrir el dolor del prójimo para saber cómo calmarlo; debe sentir todas las desgracias del mundo en su alma para encontrarles un remedio eficaz. Debe apurar el cáliz del dolor y de la amargura para que su corazón pueda ofrecer curación y auxilio sin limitaciones. Entonces su corazón se convierte en huerto de agonía, donde llora por las desgracias ajenas.
Sin embargo, el dolor más grande en esta etapa es la ingratitud y abandono de los seres más queridos de su corazón. Aquí lo abandonan sus mejores anhelos y deseos concebidos para aliviar el mundo, al ver que ellos no bastan sino que es preciso el sacrificio de uno mismo, sacrificio vivo.
Cada uno de nosotros puede pasar por esa Iniciación y sentir los mismos dolores. Es la única Iniciación verdadera y, fuera de ella, no hay razón alguna para dar un paso por la senda interna. Para que el lector aspirante la comprenda debe dirigir, por un instante, su pensamiento a Cristo e imitarlo.
103. Supongamos que, al levantarse por la mañana, alguien decida seguir la misma senda de Cristo. ¿Qué pasará entonces?.
Ante todo, debe sacrificar el animal en su propio instinto, abandonando todo cuanto pueda satisfacer al cuerpo: lujuria, alimentos refinados, camas blandas, bebidas, etc., y debe someterse a ayunos y mortificaciones, orar, meditar y sufrir toda suerte de privaciones; y todo eso ¿para qué?. Para llegar a tener, con el tiempo, el poder de curar a un enfermo desconocido, aliviar su pena, salvarlo de una desgracia, sin que él sepa quién fue su médico ni quién lo salvó del infortunio. Esa es la primera etapa.
104. Luego, el aspirante a la vida superior debe privarse, por su servicio incógnito e impersonal, de la recompensa, de la fama, de la gloria, proseguir en la pobreza, matar el deseo de cobrar por su trabajo, etc.
Por último, es calumniado y vituperado como ignorante inepto, considerado por los pudientes del mundo como un ser inútil en la vida, despreciado y abandonado hasta por sus esperanzas y anhelos.
105. Finalmente, el aspirante tiene que pasar por el tercer sacrificio que es la Crucifixión, la cual dura toda la vida y todas las vidas posteriores, en su obra de salvación, sin la menor esperanza de recompensa.
Si alguien piensa en lo que antecede y medita en ello verá:
1°. Que la Iniciación está en el mundo interno del hombre y no es necesario ir a sitio alguno a recibirla; y
2°. Que todo Iniciado debe sufrir los mismos dolores que Cristo.
El tercer sacrificio, representado por la Crucifixión, pertenece al espíritu. Consiste en vivir para morir por los demás sin aspirar a ninguna retribución material ni espiritual, en sacrificarse para mejorar el mundo y seguir sacrificándose hasta la consumación de los siglos.
106. Después de saturarse de dolor, el futuro Cristo se vuelve una fuente de Amor impersonal para aliviar todos los males del mundo; mas para llegar a esta etapa es preciso convertirse en Salvador y, para serlo, es menester que en su corazón se una a su mente y se crucifique en el Cráneo o Gólgota.
Ese estado se desarrolla del modo siguiente:
En la Última Cena sacrificó sus instintos para ofrecer su cuerpo como alimento puro; en la agonía del Huerto ofreció su alma para cargar con el dolor ajeno. En el primer sacrificio cambió la dirección de su fuerza sexual creadora que, en lugar de dirigirse hacia abajo y agotarse en la satisfacción de las pasiones bestiales, ahora se dirige hacia arriba, a la cabeza, como fuego regenerador para poner en vibración la glándula pineal y abrir la vista interna.
107. Ese Fuego Sagrado, al repercutir en la caja craneana. Arca de la Alianza, asciende a la glándula pituitaria de cuyo ámbito se desprende una Luz maravillosa en forma de una corona de espinas. Esa corona es muy dolorosa, porque significa que el cuerpo físico se está consumiendo por el Fuego del Espíritu que se desprende de la cabeza, en forma de corona, y también de las manos y de los pies y, de ese modo, todo el cuerpo queda como un holocausto encendido en el Altar del Íntimo.
En ese estado queda el Iniciado crucificado en su Cráneo-Gólgota y, cuando se consuma el autosacrificio, lanza el grito triunfal, porque está consumado el sacrificio del cuerpo físico, el cuerpo de los instintos y el cuerpo de los deseos; entonces el Iniciado se vuelve compañero de su Padre y su misión será practicar la Religión del Padre que es la Unidad o el Todo en Todos.
El más alto grado de la Iniciación que conduce a la Unión con el Íntimo Infinito es la Crucifixión, para salvación de la raza humana. Todos los aspirantes a la Iniciación deben ser coronados de espinas.
108. El objetivo de la Iniciación no es la búsqueda de los poderes mágicos sino el sacrificio por los demás. Sin este requisito no hay religión alguna, ni escuela, ni ocultismo, ni misticismo.
El Iniciado debe convertirse en Salvador del mundo, disipando los horrores de una época y de una generación, cargando sobre sus hombros el pecado del mundo.
Los espiritualistas comprenden que cuando curan a un paciente por medios espirituales, el médico tiene que experimentar el sufrimiento mental del enfermo en sí mismo y en un plano superior. Para quien curó al enfermo resulta muy penoso, una amargura mental inmensa, transmutar el dolor en su equivalente mental. Tenemos el ejemplo de Jesús cuando llegó la hora en que debía cargar con el pecado de aquellos a quienes curó moral y físicamente, y exclamó: “Padre, aparta de mí este cáliz, si es posible; mas hágase tu voluntad y no la mía”.
Cuando un espiritualista desea la curación moral o física de un enfermo realiza ciertos trabajos que infringen las Leyes Superiores.
Supongamos que un enfermo del estómago, u otro espiritualmente deprimido, vayan a un espiritualista y le pidan curación. Hay que comprender que la enfermedad es resultado de una desobediencia a la Ley natural. El dolor de estómago, por ejemplo, es consecuencia de la manera de comer, trátese de la cantidad o del tipo de comida, desobediencia asociada a su castigo. La curación consiste en eliminar el dolor o castigo de la Ley, llenando el órgano dolorido con ciertos átomos vitales emanados del que cura.
El órgano enfermo puede compararse a un recipiente lleno de agua sucia, y la fuerza vital es como agua limpia derramada en ese recipiente hasta echar fuera su contenido inmundo.
Verificase en ese proceso que el médico espiritualista debe perder energía al vaciar de su cuerpo una cantidad de átomos sanos y vitales, al mismo tiempo que, por ley de compensación, debe llenar ese vacío con los átomos viciados del enfermo. Es cierto que no siempre esos átomos logran contagiar al médico con la enfermedad física, pero sus vibraciones negativas o sus pecados afectan sobremanera su mente y siempre le producen un sufrimiento mental.
“¿Quién me tocó?”, preguntó Jesús a sus discípulos, y estos respondieron: “Maestro, ¿estás en la multitud y preguntas quién te tocó?”.
“Sentí que de mí salió una fuerza”, respondió Jesús.
Este es un ejemplo para que el lector comprenda que la misión del Iniciado es salvar y sufrir el dolor de los demás; pero, si pasa por el sacrificio, nunca más habrá de reencarnarse; se convierte en el Logos del Rayo al que pertenece.
109. Como hemos visto, todas las Iniciaciones, antiguas y modernas, tienen una sola mira: guiar al hombre por el mundo interno, el mundo del Íntimo, y sabemos que la única senda abierta a ese mundo es la senda mental o pensamiento.
Cada religión y cada escuela tiene su iniciación propia y todas van a dar en un punto único, pues tales iniciaciones son mero símbolo de una realidad interna y nunca debe confundirse alegoría con Verdad.
110. Existe, en el fondo de toda religión, la verdadera Iniciación, y a ella debe dirigir el aspirante toda su atención y pensamientos.
Muchos lectores preguntarán, tal vez: “¿Cómo podemos ser iniciados y a quién debemos recurrir para obtener la verdadera Iniciación?”.
Respondemos: “Todas las iniciaciones son buenas si conducen el pensamiento al mundo interno y el único Iniciador debe ser el YO SOY”.Jorge Adoum-
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