Resulta
sorprendente cómo el ser humano, sabiendo tantas cosas, comprende tan
pocas. Al igual que en la homeopatía, el producto noble (conocimiento),
se encuentra diluido infinitesimalmente, debido a la incapacidad de
comprensión.
El
homo sapiens
dedica
sus más importantes esfuerzos al aumento de su saber, pero es
precisamente en este empeño donde se pierde cada vez más en la bruma de
la incertidumbre y la desorientación. Teórico del conocimiento, devora
incansablemente cuanta tesis o nuevo estudio aparece, pero al igual que
en el suplicio mitológico de Tántalo, su sed, lejos de saciarse, se
acrecienta.
Paradójico
destino es el de esta criatura alucinada: saber cada día más y
comprender cada vez menos. Exteriorizarse cotidianamente de manera
inevitable, hasta perder la propia identidad, alejándose obligadamente
de sí mismo para fundirse con lo externo. El
sapiens
ha
avanzado con rapidez extraordinaria en la conquista de la ciencia, y
con la misma celeridad se ha perdido a sí mismo para vivir en un mundo
de fantasmas nacidos de la alucinación colectiva de un mundo cada vez
más artificial, estereotipado, y programado. En este mundo, por lo
general, triunfa el hombre colectivizado que exhibe una perfecta
sumisión a las pautas de la muchedumbre, y que renuncia a temprana edad a
pensar con su propio cerebro, haciéndolo en cambio, con “la mente
colectiva” de la multitud.
Éste
es el seguro pasaporte para el éxito material, pero el precio que se
paga es de una desigualdad exorbitante con la recompensa. Este precio es
la propia individualidad, alegoría central del lema délfico “conócete a
ti mismo”. Precisamente, quien se conoce a sí mismo, y por ende a los
demás, es vejado, postergado y marginado. El liderazgo pertenece a los
mediocres; se glorifica al becerro de oro y se celebra el
cliché hueco del sujeto programado. El templo de Delfos y su ideal ya no
existen. Han sido reemplazados por el templo de la Universidad, el
templo de la ley, el templo de las religiones, el templo de las
ideologías políticas y sistemas económicos y el templo de las
instituciones sociales y sus lemas y consignas. A todos los une un común
denominador: “desconócete a ti mismo, entrégate a la muchedumbre y
acata sus designios.”
Muy
pocas personas se dan cuenta de esta situación, pero algunas lo
presienten instintivamente y tratan de rebelarse contra el sistema sin
saber qué es lo que verdaderamente las lleva a esta reacción. La
juventud, por ejemplo, se resiste intuitivamente, aunque a veces por
errados caminos, a ser absorbida por el ente colectivo. Más tarde, con
el correr de los años también se someten, al fortalecerse su programa
cerebral y recibir de la mente colectiva su fuerte influencia.
Se
estima como antisocial a quien no se integra rápidamente al colectivo,
considerándose en cambio como muy valioso al que se funde fácil e
íntegramente con las masas perdiendo su individualidad. Esta actitud es
considerada como una muestra de corrección y de “conciencia social.” En
esto, como en muchas otras cosas, el
sapiens
ha errado el camino, ya que no es posible ayudar o amar a los demás sin conocerse primero a sí mismo.
Hace dos mil años, el
sapiens
tenía
básicamente los mismos problemas que ahora, los mismos temores, deseos,
angustias, ambiciones, codicia, mentira, cobardía, complejos,
conflictos internos, y desorientación. Sus pautas de conducta no eran
diferentes en lo profundo a las actuales. Sus condiciones materiales, en
cambio, eran dramáticamente diferentes, observándose hasta la fecha un
progreso asombroso.
Cabe preguntarse si este mismo avance se produjo también en la naturaleza interna del
sapiens,
es
decir, si hoy día es mejor como ser humano, si tiene más calidad que en
aquella época. La respuesta es claramente negativa. Ningún cambio
apreciable se ha verificado en dos mil años (ni en cinco mil), en la
calidad humana del
sapiens.
Solamente ha aumentado su capacidad intelectual en virtud de las poderosas y crecientes exigencias de la civilización.
Mientras el mundo ha pasado de la barbarie a la civilización en el transcurso de la historia, el “salvaje
sapiens”
se mantiene hoy día básicamente tan primitivo como en el pasado remoto,
cubriéndose solamente con sucesivas y gruesas capas de un barniz
cultural y educativo.
Rompiendo la desolación espiritual de la humanidad vino un día al mundo, lleno de amor y compasión, un ser superior: Cristo. Pretendía dar al
sapiens
una
oportunidad de conocer un mundo diferente, sin violencia, sin odio, sin
esclavitud, sin contradicción, para mostrarle lo que podría llegar a
realizar.
La
mente colectiva de la muchedumbre, programada de acuerdo al lema “ojo
por ojo diente por diente” rechazó con violencia el mensaje cristiano,
procediendo a destruir al Mesías, tal como había ocurrido anteriormente
en otras ocasiones en que Cristo había venido a la Tierra, manifestándose en otros hombres superiores.
Es así como la muchedumbre es en verdad el instrumento del
AntiCristo,
el monstruo ciego, la bestia sin cabeza que acecha a todo aquél que pretende individualizarse conscientemente para dejar de ser
sapiens
y convertirse en hombre estelar,
pináculo evolutivo del
homo sapiens.
En algún momento, quién sabe como, se forjó la leyenda falsa del
AntiCristo,
errónea
en el sentido de imaginar que una persona mitológica nacería en el
mundo para destruirlo por medio de la perversión de los valores
cristianos superiores, y que este ser encarnaría en un hombre para
realizar su nefasta labor.
En parte, creemos que esta leyenda se originó por una deformación del término
AnteCristo,
con el cual se designaba en círculos herméticos a quien actuaría como
el anunciador de Cristo,
allanando y preparando su camino. Es así como el único
AnteCristo
que conocemos fue
Juan el Bautista.
Hoy en día, no contamos por desgracia con el impulso espiritual de Cristo encarnado en un cuerpo humano. Cristo
como fuerza divina omnipresente en los templos religiosos no pasa de
ser una alegoría simbólica que invita a los creyentes a seguir un
ejemplo reconfortante. No se conoce a quien posea una verdadera fuerza
espiritual, a la cual pudiéramos llamar “crística”. Los sacerdotes de
las diversas religiones se conforman sólo con tratar de imitar a Cristo,
pero infortunadamente lo hacen con una espiritualidad externa y
prefabricada, de acuerdo a los clisés establecidos por los patriarcas de
la iglesia.
Sin
embargo, el desconocimiento no significa necesariamente la
inexistencia. Lo cierto es que la antorcha de la espiritualidad es
llevada en el momento presente por unos pocos individuos, desconocidos
en su mayoría. Llamémoslos “los brujos”, en un sentido dignificante de
esta expresión que usualmente se emplea de modo tan vulgar, ya que nos
referimos a
los grandes iniciados, a los nuestros, a los superiores desconocidos o sabios ocultos de la humanidad.
Entonces,
¿por qué usar el apelativo de “brujos”? Por la simple razón de que
siempre, la masa ignorante ha calificado así a los poseedores de
cualidades extrañas o poderes desconocidos por el vulgo. Existió además
una inquisición que tildó con este apelativo a los hombres sabios de
avanzada, para desacreditarlos y anular sus ideas diferentes. Por este
motivo, adoptamos con agrado este nombre, con la intención de lavar con
el tiempo su estigma negativo y supersticioso. Pretendemos mostrar cómo
la hechicería, la ignorancia y la superstición son exclusividad del
sapiens,
y
no así de “los brujos”. Por desgracia, en el pasado, la mentalidad
popular ha calificado de “brujos” a los simples hechiceros que viajan al
“sabbat” empleando sortilegios de baja extracción para satisfacer tal
vez sus bajas pasiones.
Ahora bien, ¿por qué designamos a Cristo como el símbolo de la espiritualidad? Lo hacemos porque Jesús fue el miembro más destacado de "La Cofradía de los Brujos", preparado especialmente para su misión de hacer encarnar en sí mismo a Cristo. (Jesús y Cristo eran dos personas diferentes; una humana y otra divina.)
Cristo
es un ser superior que está en un punto de la escala evolutiva donde un
ser humano podría tal vez llegar en millones de años de evolución.
Concibámoslo como una
potencia espiritual extraterrestre, a la cual podríamos llamar un
Arcángel. Este
Arcángel, debido a su larguísima evolución, poseía una perfecta y poderosa espiritualidad, motivo por el cual Jesús
fue largamente preparado para poder resistir en su cuerpo físico esta
altísima vibración, la cual sólo podía manifestarse por breves momentos,
ya que su intensidad podía destruir el sistema nervioso y celular del
cuerpo de Jesús. Cristo era quien realizaba los milagros a través de Jesús, el cual proveía la materia para su manifestación.
La Cofradía de los Brujos
permanece
muy bien oculta, porque tiene derecho a su propia intimidad, pero
algunos de sus miembros se han mezclado con la gente común, guiados por
el anhelo cristiano de mostrar al
Sapiens
el camino hacia una vida superior. Saben, sin embargo, que el conocimiento del “Arte hermético”,
que es el instrumento para llegar a la cumbre espiritual, es solamente
para una “élite”, y no para ser divulgado. No obstante, la cofradía
iniciática otorga la oportunidad para que cualquier persona que tenga el
suficiente merecimiento pueda llegar, si es que la magnitud e
inteligencia de su esfuerzo se lo permite, a integrar la élite hermética
de “los brujos” u
“hombres estelares.
La ciencia de “los brujos” se llama
Arte hermético,
en honor a
Hermes Trismegisto,
de
quien afirma la tradición habría llegado a la tierra hace
aproximadamente treinta mil años, procedente del espacio exterior,
siendo ungido Supremo Gran Maestro de la Cofradía Iniciática.
Inspirado
en sus luces, Egipto llegó a ser grande y sabio, denominándose
“hermetismo” a la ciencia sagrada de los sacerdotes. Sólo a costa de
grandes sacrificios y pruebas era posible en aquella época pertenecer a
una escuela iniciática hermética, y la gran mayoría que lograba
ingresar, fracasaba en el camino por no tener la entereza moral y
espiritual para resistir los múltiples obstáculos, tentaciones y pruebas
con que ISIS la señora de los misterios de la naturaleza aquilataba en
su justa valía a quienes pretendían el conocimiento supremo de la verdad
absoluta.
Fue en una de esas escuelas donde Jesús se realizó a sí mismo como hermetista, llegando a los más altos grados iniciáticos.
Debido a que ha llegado el momento de hacerlo, divulgaremos el misterio de Jesús, el Cristo y las causas de la miseria moral de la humanidad, siguiendo las enseñanzas de
La Cofradía de los Brujos.
Esta miseria moral proviene de la “adoración al becerro de oro”, es decir, del sometimiento del ser humano al Dios dinero, en aras del cual debe entregar o sacrificar sus posibilidades espirituales para poder subsistir. Los que poseen los
adecuados
medios de supervivencia pervierten, por lo general, sus valores
espirituales en potencia en el necio juego de escalar posiciones
sociales a costa del mercado de consumos.
Poco
vale la espiritualidad o calidad moral de un individuo, ya que la
necesidad de oro lo lleva a denigrarse y prostituirse por el vil metal,
el que compra honra, respeto ajeno, amor, fama, y poder. El Dios
dinero está sentado sobre el mundo, y quien quiere disfrutar sus dones,
debe adorarlo. El verdadero poder del dinero no es únicamente material,
sino que es principalmente una fuerza oculta, ya que la moneda no vale
nada por sí misma, sino que solamente es un símbolo del esfuerzo o del
trabajo humano. Por extraña paradoja aunque el trabajo es
intrínsecamente noble, el dinero, producto del esfuerzo, está bajo el
control o influencia de un poder satánico o diabólico.
Invitamos al lector a meditar en qué es lo que él haría si fuera
Satanás
para corromper al ser humano; de qué medios o herramientas se valdría
para fomentar los crímenes, la codicia, la guerra, el fratricidio, y la
descomposición de los valores morales. Resulta difícil imaginar para
esto algo más adecuado que el oro, neutro en su propia condición, pero
diabólico al manejarse torcidamente.
Pero, ¿es que existe
Satanás verdaderamente, o es sólo el mito creado por el vulgo para explicar ciertas cosas? Si una persona cree en la existencia de Dios, tiene que creer necesariamente en la realidad del “Diablo” o
Satán,
contraparte del supremo creador. Debemos recordar que en la vida no
existe la unidad absoluta, y que la mera existencia de algo debe
llevarnos a afirmar que lo contrario de esto también es real. No hay luz
sin sombra, bien sin mal, ni verdad sin la mentira. La muerte sigue a
la vida y la vida a la muerte.
Dios
sería entonces la suprema inteligencia creadora, y el “diablo” la
inteligencia destructiva. En la cábala antigua se ha simbolizado al
“diablo” como la sombra de
Dios. Así, tal como el Gran Creador tiene sus huestes angélicas,
el demonio tiene también su legión infernal. A esta legión es a la que
se refiere
William Blatty
en su obra “El Exorcista”, donde expone el fenómeno de la “posesión
diabólica”. Después de esta explicación podemos continuar con nuestro
relato.
La
tradición transmitida por los grandes maestros herméticos afirma que en
un momento crucial de la historia de la humanidad, un poderoso
“Arcángel diabólico”,
si
es que se nos permite llamarlo así, logró penetrar las defensas ocultas
e ingresar en la atmósfera del planeta tierra, provocando grandes
perturbaciones. Para poder concebir a este ente, sugerimos la lectura
del libro “El que acecha en el umbral”, de
H. P. Lovecraft.
El causante directo, aunque involuntario de esta catástrofe que nos
aflige hasta el día de hoy, fue, según consta en los anales herméticos,
Moisés.
Todos
conocen la aparición de Moisés flotando en una cesta en el río, y su
posterior adopción, circunstancia que indujo a engaño a los sacerdotes
egipcios de aquella época, quienes tomándolo por egipcio llegaron a
iniciarlo en los misterios de la magia ritual, que es un método para
hacer vibrar notas claves de la naturaleza y producir así ciertos
fenómenos que el operador desea lograr. El estudio de la física atómica
nos muestra en teoría que es posible producir cambios o transmutaciones
en la materia, por lo que no tiene nada de milagroso que estas
mutaciones se lleven a cabo por procedimientos secretos.
A
pesar de su identificación esotérica con la magia egipcia, Moisés
siempre permaneció fiel a la sangre de sus ancestros, por lo cual su más
fuerte deseo era el de constituirse en el líder que liberara a su
pueblo de la esclavitud, conduciéndolo a la tierra prometida. Guiado por
este deseo, Moisés, consciente de las poderosas fuerzas que había
aprendido a manejar, concibió una audaz idea: realizar un pacto o
alianza mágica con un ángel, criatura divina que se encargaría de darle
el poder y la ayuda del cielo para salvar a sus hombres.
Después
de una larga preparación llevó a cabo, en la mas profunda soledad, la
ceremonia ritual con las palabras mágicas e invocaciones
correspondientes. En medio de impresionantes fenómenos atmosféricos y
telúricos hizo su aparición un ser de impresionante presencia, que hizo
temblar de pánico a Moisés por la tremenda fuerza que proyectaba.
Jamás sabremos ni nos será posible imaginar las condiciones en las cuales se
llevó a cabo el pacto entre el hombre y el cielo. El ángel accedió a todo lo que
Moisés le solicitaba y prometió su ayuda, exigiendo en cambio una irrestricta
obediencia. Le reveló
su nombre que era
Y.
, y le pidió que en señal de unión todos sus seguidores debían experimentar una
pequeña operación quirúrgica de tipo ritual, con leve derramamiento de sangre.
Todo hombre que pasaba por esto llegaba a ser hijo de Y. La sangre que se
derramaba sellaba este pacto.
A
partir de este día, Moisés, revestido de un poder sobrehumano comienza a
realizar toda clase de actos de magia, convirtiendo en el centro de su
poder al
“Arca de la Alianza”.
Toda clase de plagas y calamidades fueron enviadas sobre Egipto e incrédulos y rebeldes eran fulminados por
la ira de Y. De esta manera el pueblo de Moisés iniciaría el éxodo que habría de durar 40 años.
Posteriormente, Y.,
el poder oculto tras el líder, comenzó a cambiar súbitamente su manera
de proceder, empezando a formular extrañas exigencias, cuyo común
denominador era el derramamiento de sangre.
Moisés,
sobrecogido, empezó a darse cuenta de la magnitud del error cometido,
al comprender que el “ángel divino” era en verdad “ángel de las
tinieblas”, polo opuesto al de la potencia luminosa que él había
pretendido evocar.
Este
“ángel infernal” era uno de los integrantes de las huestes de las
sombras, vampiro que para mantener su poder y fortaleza necesitaba beber
sangre humana, esencia cargada de la vitalidad que otorga la chispa
divina. Es por eso que a lo largo del éxodo se producen tantos
incidentes de sangre, provocados por el oculto dictador.
¿Quién era realmente Y.?
Digamos que era un ser muy anciano por su evolución, la cual ignoramos
dónde se originó. A través de larguísimos períodos de tiempo cósmico,
este ente conservó su individualidad, pero evolucionó, por desgracia,
hacia el lado conceptual negativo, negro, o destructivo, como un anciano
que al pasar el tiempo se hubiera ido amargando más y más hasta llegar a
una concepción totalmente destructiva y negativa de la vida.
Muchos seres similares a Y.,
existen en el Universo. Por fortuna, las defensas magnéticas del
planeta tierra constituyen para estos entes una coraza impenetrable. Sin
embargo, el ritual mágico de Moisés abrió una puerta y formó la vía a
través de la cual pudo penetrar Y., a la tierra.
Detengámonos
a pensar un momento y veremos que nos encontramos ante el
acontecimiento más trascendental, pero infortunadamente perjudicial, en
la historia oculta de la humanidad. Para justificar esta aserción
debemos necesariamente hacer algunas disgresiones aclaratorias sobre lo
que es verdaderamente el planeta tierra.
Podemos
afirmar serenamente, sin temor a la burla sarcástica de los ignorantes o
de los semisabios, que el planeta tierra es un ser humano. No algo
equivalente a un ser humano, sino que un hombre en toda la extensión de
la palabra.
La
filosofía hermética sostiene la veracidad de la reencarnación, pero
afirma que ésta se lleva a cabo solamente en algunas personas, las
cuales poseen o han desarrollado íntimamente algunas cualidades o
características capaces de resistir a la muerte, es decir, ajenas al
cuerpo físico corruptible. Al decir personas nos referimos a seres
humanos, aún cuando estos presentaren características físicas diferentes
al hombre terrestre.
Prosiguiendo
con la reencarnación, el hermetismo enseña que cuando un iniciado
hermetista de alto grado alcanza el poder de reencarnar conscientemente,
es decir, cambiar de cuerpo físico conservando su individualidad y
cierto grado de memoria, el iniciado va, gradualmente, en el transcurso
de sucesivas vidas, creciendo paulatinamente en su poder espiritual, o
sea, teniendo una esencia o chispa divina cada vez más potente.
De
este modo llega el momento en el cual el cuerpo del hombre, en la
dimensión y forma que nosotros conocemos, no es capaz de “contener” o
soportar una esencia tan vasta y poderosa, motivo por el cual ese
espíritu o esencia superdesarrollada debe buscar un cuerpo físico
adecuado a su tremenda fuerza energética. Es así como “reencarna” en el
cuerpo de un planeta nuevo o joven, y continúa allí su desarrollo, en
condiciones y medios que nos resulta difícil concebir. Así fue como un
ser humano extraordinariamente evolucionado tomó el cuerpo del planeta
tierra y lo hizo el suyo propio, bajo la forma más perfecta del
Universo: la esfera.
Esta
esfera está formada por los mismos materiales básicos del cuerpo
humano, que son, en síntesis, los materiales del Universo. Esta esfera
respira, se mueve, piensa, y siente. Tiene un sistema circulatorio,
digestivo, procreador, y respiratorio. El petróleo es su sangre, se
alimenta de la materia vegetal, animal, y mineral. Sexualmente es
hermafrodita, con un hemisferio masculino y otro femenino. Respira a
través de la vida vegetal, y su alimentación etérica o magnética la
recibe por medio de la antena emisora y receptora que es el homo sapiens.
Una vez hecha esta aclaración, y para aquilatar la magnitud de la catástrofe provocada accidentalmente por Moisés con
la llegada de Y.,
podemos revelar que este ente, anciano, vengativo, y malicioso, expulsó
de la tierra a su joven espíritu, encarnando en su lugar. Con este
hecho, se inició para la humanidad una era oscura y sangrienta. Para el
pueblo judío comienza así una etapa de sufrimiento, martirio y dolor, al
convertirse en inocentes víctimas de
las fuerzas negativas de Y. Sólo así podemos explicarnos las grandes aflicciones que han debido soportar los judíos.
Imaginemos
la desesperación de Moisés al darse cuenta de la calamidad que se había
producido y de los padecimientos desatados sobre quienes quería ayudar.
Con el transcurso de los días, Moisés comprendió que nada podría contra Y.,
ya que éste poseía una incalculable malignidad. Poseído de tal
convencimiento reunió a los sabios de su pueblo y los instruyó en el
gran misterio del Mesías, para que estos hombres, utilizando rituales
mágicos, crearan un Dios, realizando así el misterio de la teurgia, a fin de que este Dios los liberara y salvara al mundo de
la perniciosa influencia de Y.
Una vez transmitida esta instrucción Moisés subió al monte Nebo y jamás fue vuelto a ver con vida.
Los
sabios que heredaron las instrucciones del patriarca siguieron
fielmente sus instrucciones, ejecutando el ritual mesiánico según las
reglas instituidas. Fue así como después de algunos cientos de años
aparece Jesús, “el hijo del hombre” (reflexiónese en esta expresión) el
Salvador
esperado por los sabios iniciados por Moisés.
Es así como en las circunstancias conocidas por todos, nace Jesús.
La enseñanza hermética sostiene que fue hijo de mujer judía y padre
romano, siendo su progenitor un soldado romano, simple instrumento de
fuerzas ocultas superiores.
¿Por
qué se dice que María permaneció virgen? En realidad este misterio no
se refiere a una virginidad fisiológica sino al hecho de que
efectivamente no hubo contacto físico entre el verdadero padre de Jesús
y María. En efecto, su padre espiritual fue un gran iniciado hermético
que utilizó etéricamente el cuerpo físico del soldado romano para
procrear un hijo. La simiente espiritual fue transmitida por el maestro
oculto; el esperma físico por el romano. De esta manera, María concibió
“sin perder su virginidad”.
Recordemos
además que en aquella época la palabra virginidad no se empleaba para
designar la doncellez, sino para distinguir a las mujeres iniciadas en
el secreto de la “vírgula”, como lo fue María. (Recordemos que la vara
mágica que usaba Moisés se designaba con el nombre de “vírgula”.)
Quienes
tengan “ojos para ver y oídos para escuchar” comprenderán. En cuanto a
los otros, se producirá un silencio sepulcral en su interior, y sólo
quedará lugar al sarcasmo del ignorante, al vacío mental del que no
quiere entender, o bien, a la ceguera inconsciente del que no le
conviene ver.
Jesús, Dios creado por el hombre, encarnado en cuerpo de hombre, es consagrado un día por el
AnteCristo,
Juan el Bautista, gran iniciado cuyo bautismo impartido en el río fue el medio que permitió la primera manifestación de Cristo en Jesús, el Dios-hombre, cuya misión estaba delineada desde su nacimiento.
Desde los tiempos de Moisés,
la Cofradía de los Brujos
había
observado atentamente, pero sin poderlos evitar, los acontecimientos ya
relatados. Conocedores del misterio mesiánico y sabiendo que algunos
sabios lo estaban realizando, decidieron apoyarlos para tratar de
subsanar las graves anomalías suscitadas. Ellos estuvieron atentos al
nacimiento de Jesús y fueron sus ocultos padrinos que lo protegieron y educaron para que cumpliera con su doble misión, la cual era la siguiente:
Primero: liberar al “pueblo elegido” de su oculto victimario.
Segundo: salvar al mundo en general del
vampiro invisible que se hacía llamar Y., para así iniciar en la tierra una nueva era bajo el lema cristiano de
“Amaos los unos a los otros” (lo opuesto de “ojo por ojo y diente por diente”).
Paralelamente a esta misión, Jesús fue un activo miembro de
la Cofradía de los Brujos,
recibiendo
de ella todo su apoyo e inspiración, aún cuando los grandes maestros
sostienen que fracasó en su misión, o mejor dicho, sólo tuvo un éxito
parcial, ya que no logró su cometido. Debemos entender que nos referimos
a Jesús, y de ninguna manera a Cristo.
A fin de comprender verdaderamente a Jesús, es preciso considerar su triple personalidad:
1) Jesús hombre.2) Jesús Dios (Dios creado por el hombre).3) Cristo (quien se manifestaba a través de Jesús).
Con respecto a Cristo,
no es difícil darse cuenta que era un ángel, espíritu solar que
“descendió del cielo” para manifestarse como el poder supremo del
“Padre”
en la tierra.
En Jesús
y sus doce apóstoles podemos ver el símbolo de un misterio solar y
cósmico, ya que la ciencia hermética dice que nuestro sistema solar está
compuesto por doce planetas más el sol (los doce apóstoles y Cristo), y que los planetas no conocidos serán descubiertos con el tiempo.
No hablemos más sobre Jesús,
temiendo haberlo hecho ya en demasía. Solamente diremos que la
crucifixión era un drama esperado, en el cual debía derramarse la sangre
de Jesús para que así Cristo pudiera a su vez “encarnar” en el planeta tierra y desplazar a Y.,
expulsándolo de nuestra atmósfera en forma definitiva. Sin embargo,
como ya lo hemos dicho, esta misión sólo tuvo un éxito relativo. Cristo encarnó en la tierra, pero Y., no pudo ser expulsado, compartiendo ambos desde entonces, el gobierno del planeta.
Volviendo a Cristo, su fuerza actúa en el mundo a través de los representantes de
la Cofradía de los Brujos,
quienes
dirigen escuelas herméticas en las cuales el estudiante desarrolla su
fuerza espiritual hasta llegar a la desintegración de su alma animal,
quedando así a salvo de la influencia de Y.,
quién sólo puede actuar valiéndose de los instintos animales y
primitivos, como el odio, la envidia, la lujuria, la codicia, el
orgullo, la vanidad, etcétera.
De esta manera,
el Faro Espiritual
se
mantiene encendido para iluminar a los espíritus selectos que son
potencialmente capaces de convertirse en seres humanos plenamente
desarrollados, abandonando su condición de
Sapiens.
Cada
uno de los que llega a esto se convierte en un centro de irradiación
crística, y por lo tanto, es una valla más para la influencia de Y. Los ingenuos dicen que Cristo volverá a la tierra. ¡Cristo está en la tierra! Solamente necesita que la misma humanidad lo descrucifique de la cruz en la cual ella lo ha clavado.
Mientras
esto no se lleve a cabo seguirán produciéndose guerras, en las cuales
muere gran cantidad de personas cuya vitalidad es absorbida por Y., el gran impulsor oculto de estos conflictos, los cuales no terminarán hasta que este ente sea sojuzgado.
El verdadero AntiCristo es Y., y él ha desdoblado su influencia negativa en sus servidores, las personas de instintos bestiales, las cuales a, su vez han incorporado esta vibración a la muchedumbre, entidad amorfa y ciega, receptora de cualquier fuerza de suficiente potencia. De este modo, los principios de Y., incorporados en el inconsciente colectivo de la humanidad motivan la filosofía de “ojo por ojo y diente por diente”.
El verdadero AntiCristo es Y., y él ha desdoblado su influencia negativa en sus servidores, las personas de instintos bestiales, las cuales a, su vez han incorporado esta vibración a la muchedumbre, entidad amorfa y ciega, receptora de cualquier fuerza de suficiente potencia. De este modo, los principios de Y., incorporados en el inconsciente colectivo de la humanidad motivan la filosofía de “ojo por ojo y diente por diente”.
Cogida por esta fuerza maléfica, la gente vive de manera demoníaca:
odia, destruye, roba, asesina a sus hermanos, devuelve el mal con un mal
mayor, comercia con la honra y el honor, esclaviza a los débiles,
explota a los desvalidos, y denigra a los justos. Por fortuna hay muchos
que hacen lo contrario de todo esto, ya que si no fuera así, la vida
sería insoportable. Son los que de alguna manera han recibido una
verdadera influencia cristiana (no necesariamente religiosa) y tienen
valores más elevados que los comunes.
Las
religiones tienen una influencia familiar y social positiva, pero
infortunadamente en el terreno de lo netamente espiritual no tienen
mucho que ofrecer, y por lo general procuran contrarrestar esta falencia
con el uso indiscriminado del estandarte de Cristo.
La Cofradía de los Brujos
no deriva su poder de Cristo
ni habla en su nombre, solamente, exalta sus valores, y muestra o
relata eventos que el mundo debe conocer, para que los “elegidos” (los
verdaderamente humanos) reafirmen su convicción y lealtad para con una
vida espiritual superior. El poder de
los brujos
deriva
de su armonización y acatamiento de las leyes cósmicas, y de la
profunda y serena condición espiritual a la cual han llegado, la cual
los pone en mágica relación con Dios, el
Gran Padre Universal,
reconocido por los hermetistas como la causa primera de todo origen y la gran fuerza ordenadora y creadora.
Si hemos hablado de Cristo ha sido exclusivamente para explicar lo esotérico de la fenomenología psicosocial del mundo de hoy, ya que el
sapiens
en
su ingenuidad, cree que todo en la vida es como se ve en apariencia y
superficie, y que las cosas deben ser, con seguridad, como la gran
mayoría dice que son.
Cuando
llega a conocer lo esotérico de los acontecimientos o las causas
ocultas de diversos fenómenos, se sonríe incrédulamente, argumentando
con infantil lógica que: “si eso fuera verídico ya se sabría por la
prensa, o lo habrían enseñado en el colegio o la Universidad, o bien,
existirían bien documentados libros al respecto”. Ésa es la manera de
pensar que anula el progreso, ya que si todos creyeran lo mismo, nadie
se molestaría en estudiar o investigar fenómenos poco conocidos.
No obstante todo lo ya expresado, el
sapiens
en
su manifestación individual (no como especie) puede presentar
cualidades y características superiores en estado latente que lo lleven a
comprender en parte las verdades herméticas, y así, motivado por este
conocimiento, despertar a una realidad superior. El individuo
sapiens
puede
salvarse del letárgico destino de la humanidad y llegar con el tiempo
al mundo de los hermetistas, “brujos”, u “hombres despiertos”.
Moisés,
hombre de fuerza y saber, fue arrastrado por sus ansias libertarias a
la ejecución de un error de magnitud cósmica, que según afirman los
grandes sabios hermetistas, estuvo a punto de destruir el sistema solar.
Para justificar esta aseveración debemos comparar (según el aforismo
hermético “como es arriba es abajo y como es abajo es arriba”) el
sistema solar con la constitución de un átomo, y considerar la
entronización de Y., como la sustitución de un electrón en forma arbitraria (cambio o transmutación del núcleo espiritual del planeta tierra).
Ésta es una de las tantas lecciones que obligan a
la Cofradía de los Brujos
a
mantener estrictamente el secreto hermético, instruyendo en
conocimientos superiores solamente a quienes han demostrado hasta la
saciedad su fortaleza, pureza moral y espiritual, y rectitud de
intenciones.
John Baines
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