Universo

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sábado, 22 de julio de 2017

P. D. Ouspensky sobre Immanuel Kant (Part 1)




¿Qué sabemos y qué no sabemos? Nuestros datos conocidos y nuestros datos desconocidos. Cantidades 
desconocidas tomadas como cantidades conocidas. Materia y movimiento. ¿A qué arriba la filosofía positivista? ¡denudad de las cantidades desconocidas: x = y, y = x. ¿Qué sabemos realmente? La existencia de la consciencia en nosotros y del mundo fuera de nosotros. ¿Dualismo o monismo? Cognición subjetiva y objetiva. ¿Dónde yacen las causas de las sensaciones? El sistema de Kant. Tiempo y espacio. La observación de Mach. Con qué trabaja realmente el físico.

Aprende a discernir lo real de lo falso.
La Voz del Silencio, H.P.B.

La cosa más difícil es saber lo que sabemos y lo que no sabemos. Por tanto, si deseamos saber algo, debemos primero de todo establecer qué aceptamos como datos, y qué consideramos que exige definición y prueba, o sea, debemos determinar qué sabemos ya, y qué deseamos saber.
     En relación con nuestra cognición del mundo y de nosotros mismos, las condiciones serían ideales si fuera posible no aceptar nada como datos y considerar que todo exige definición y prueba.
    En otras palabras, seria mejor suponer que no sabemos nado, y tomar esto como nuestro punto de partida.
     Por desgracia, sin embargo, es imposible crear tales condiciones. Algo ha de tenerse como base, algo debe aceptarse como conocido; de lo contrario, estaremos constantemente obligados a definir una incógnita por medio de otra.
     Por otro lado, debemos cuidamos de aceptar como conocidas — como datos— cosas que. en realidad, son completamente desconocidas y meramente presupuestas: los que se buscan. Hemos de cuidamos de no hallamos en la posición ocupada por la filosofía positivista en el siglo XIX. Durante largo tiempo, la base de esta filosofía fue el reconocimiento de la existencia de la materia (materialismo); y más tarde, de la energía, o sea, la fuerza o el movimiento (energética, aunque en el hecho concreto la materia y el movimiento siguieron siendo siempre las cantidades desconocidas, x e y, y se definieron siempre una por medio de la otra.
     Está perfectamente claro que es imposible aceptar la cosa buscada como la cosa conocida; y que no podemos definir una incógnita por medio de otra incógnita. El resultado no es sino la identidad de dos incógnitas: x = y, y = x.
    Es precisamente esta identidad de cantidades desconocidas la que representa la conclusión última a la que arriba la filosofía positivista.
     La materia es aquello en. lo que tienen lugar los cambios llamados movimiento: y el movimiento son aquellos cambios que tienen lugar en la materia.
       ¿Qué sabemos entonces?
Sabemos que, desde el primer paso mismo hacia la cognición, un hombre es sorprendido por dos hechos evidentes: La existencia del mundo en que vive; y ía existencia de la consciencia en él mismo.
   No podrá probar ni refutar una ni otra, pero ambas son hechos para él, son realidad.
     Uno puede especular acerca de la relación mutua de estos dos hechos. Uno puede Intentar reducirlos a uno solo, o sea, a considerar al mundo psicológico o interior como una parte, o una función, o un reflejo del mundo externo, o contemplar al mundo externo como una parte, o una función, o un reflejo del mundo Interno. Pero esto significaría una digresión de los hechos, y todos esos conceptos no serian evidentes para una visión corriente, no especulativa, del mundo y de uno mismo. Por el contrario, el único hecho que sigue siendo evidente de por sí es la antítesis de nuestra vida interior y del mundo externo.
     Volveremos más tarde a esta proposición fundamental. Pero entretanto, no tenemos motivos para argumentar contra el hecho evidente de nuestra propia existencia — o sea, la existencia de nuestra vida Interior— y la existencia del mundo externo en que vivimos. En consecuencia, esto debemos aceptarlo como datos.
      Pero esto es todo lo que tenemos derecho a aceptar como datos. Todo el resto exige prueba de su existencia y definición sobre la base de estos dos datos que ya poseemos.
     Espacio con su extensión; tiempo, con la idea de antes, ahora y después; cantidad, masa, materialidad; número. Igualdad, desigualdad; identidad y diferencia; causa y efecto; éter, átomos, electrones, energía, vida, muerte — todo lo que se establece como la base de nuestro conocimiento usual, todos éstos, son cantidades desconocidas.
      El resultado directo de estos dos datos fundamentales — la existencia en nosotros de una vida psicológica, o sea, sensaciones, representaciones, conceptos, pensamientos, sentimientos, deseos, etc. y la existencia del mundo fuera de nosotros— es una división de todo lo que conocemos en subjetivo y objetivo, una división perfectamente clara para nuestra percepción ordinaria.
     A todo lo que consideramos propiedades del mundo lo llamamos objetivo, y a todo lo que consideramos propiedades de nuestra vida interior, lo llamamos subjetivo.
      Al "mundo subjetivo" lo percibimos directamente: está en nosotros; somos uno solo con él. Al "mundo objetivo" nos lo representamos como existiendo fuera de nosotros, por así decirlo aparte de nosotros, y lo consideramos exacta o aproximadamente tal como lo vemos. Nosotros y él somos cosas diferentes. Nos parece que si cerramos los ojos, el mundo objetivo continuará existiendo, tal como lo vemos, y que, si fuera a desaparecer nuestra vida interior, nuestro mundo subjetivo, el mundo objetivo seguiría existiendo como existía cuando nosotros, con nuestro mundo subjetivo, no estábamos allí.
      Nuestra relación con el mundo objetivo es definida muy claramente por el hecho de que lo percibimos como existiendo en el tiempo y en el espacio y no podemos percibirlo o representárnoslo aparte de estas condiciones. Habitualmente, decimos que el mundo objetivo consiste en cosas y fenómenos, o sea, en cosas y cambios en el estado de las cosas. Un fenómeno existe para nosotros en el tiempo, una cosa existe en el espacio. Pero tal división del mundo en subjetivo y objetivo no nos satisface.
     Por medio del razonamiento podemos establecer que, en realidad. sólo conocemos nuestras sensaciones, representaciones y conceptos, y que percibimos el mundo objetivo proyectando fuera de nosotros las presumidas causas de nuestras sensaciones.
Además, hallamos que nuestra cognición del mundo subjetivo y del objetivo puede ser verdadera o falsa, correcta o incorrecta.
     El criterio para determinar lo correcto o incorrecto de nuestra cognición del mundo subjetivo es la forma de la relación de una sensación con las otras, y la fuerza y el carácter de la sensación misma. En otras palabras, lo correcto de una sensación es verificada comparándola con otra de la que estamos más seguros, o mediante la intensidad y el gusto de una sensación dada.
     El criterio para determinar lo correcto o incorrecto de nuestra cognición del mundo objetivo es exactamente el mismo. Nos parece que definimos las cosas y los fenómenos del mundo objetivo por medio de comparación de uno con otro; e imaginamos que descubrimos las leyes de su existencia aparte de nosotros y de nuestra cognición de ellas. Pero esto es una ilusión. Nada sabemos de las cosas separadamente de nosotros ; y no tenemos medios para verificar lo correcto o Incorrecto de nuestra cognición del mundo objetivo aparte de las sensaciones.
     Desde la más remota antigüedad, la cuestión de nuestra relación con las causas verdaderas de nuestras sensaciones ha sido el tema principal de la investigación filosófica. Los hombres pensaron siempre que debían hallar alguna solución a esta cuestión, alguna respuesta a ella. Estas respuestas se alternaron entre dos polos: entre una completa negación de las causas mismas, y la afirmación de que las causas de las sensaciones están en sí mismas y no en nada externo —y la admisión de que conocemos estas causas, de que están contenidas en los fenómenos del mundo externo, que estos mismos fenómenos constituyen las causas de las sensaciones, y que la causa de los fenómenos observables radica en el movimiento de los "átomos" y las vibraciones del "éter". Se presumía que la única razón de por qué somos incapaces de observar estos movimientos y vibraciones es porque carecemos de instrumentos suficientemente poderosos, pero que cuando dispongamos de tales instrumentos podremos ver el movimiento de los átomos con tanta claridad como, a través de potentes telescopios, ahora podemos ver estrellas cuya existencia no se había supuesto jamás.
     En el conocimiento contemporáneo, una posición central en este problema de las causas de las sensaciones es ocupada por el sistema de Kant, que no comparte ni uno ni otro de estos criterios extremos y ocupa un lugar a mitad de camino entre ellos. Kant estableció que nuestras sensaciones deben tener causas en el mundo externo, pero que somos incapaces, y nunca seremos capaces, de percibir estas causas por medios sensorios, o sea, por los medios que nos sirven para percibir los fenómenos.
     Kant estableció el hecho de que todo lo que los sentidos perciben es percibido en el tiempo y el espacio, y que fuera del tiempo y del espacio nada podemos percibir a través de los sentidos, que tiempo y espacio son las condiciones necesarias de la percepción sensoria (o sea, la percepción por medio de los órganos de los sentidos). Y, sobre todo, estableció el hecho de que la extensión en el espacio y la existencia en el tiempo no son propiedades de las cosas — Inherentes a ellas — sino meramente propiedades de nuestra percepción sensoria. Esto significa que, en realidad, aparte de nuestra percepción sensoria de ellas, las cosas existen independientemente del tiempo y del espacio; pero nunca podemos sentirlas fuera del tiempo y del espacio, y el hecho mismo de percibir las cosas y los fenómenos a través de los sentidos les impone las condiciones del tiempo y del espacio, puesto que ésta es nuestra forma de representación.
      Así, determinando todo lo que conocemos a través dé nuestros sentidos en términos de espacio y tiempo, ellos mismos son sólo formas de nuestra percepción, categorías de nuestra razón, el prisma a través del cual miramos al mundo. En otras palabras, espacio y tiempo no son propiedades del mundo, sino meramente propiedades de nuestra percepción del mundo por medio de los órganos de los sentidos. Consiguientemente, el mundo, considerado aparte de nuestra percepción de él, no tiene extensión en el espacio ni existencia en el tiempo. Somos nosotros lo que lo investimos con estas propiedades cuando lo sentimos y percibimos.
      Las representaciones del espacio y del tiempo surgen en nuestra mente en su contacto con el mundo externo a través de los órganos de los sentidos, y no existen en el mundo externo aparte de nuestro contacto con él.
     Espacio y tiempo son categorías de nuestra razón, o sea, propiedades que atribuimos al mundo externo. Sólo son carteles, hitos, erigidos por nosotros, pues sin ellos no podemos visualizar al mundo externo. Son gráficos por medio de los cuales nos representamos al mundo. Proyectando fuera de nosotros las causas de nuestras sensaciones, construimos estas causas en el espacio, y visualizamos la realidad continua en la forma de una serie de momentos consecutivos del tiempo. Necesitamos esto porque una cosa que no tiene extensión en el espacio, no ocupa cierta parte del espacio, y no existe durante cierta extensión de tiempo, no existe para nosotros. Esto significa que una cosa sin espacio, no ubicada en el espacio, no considerada en la categoría del espacio, no diferirá de modo alguno de otra cosa; ocupará el mismo lugar que otra cosa, se fundirá en ella. Del mismo modo, todos los fenómenos considerados sin tiempo, o sea, no ubicados en el tiempo, no considerados en una u otra posición desde el punto de vista de antes, ahora y después, ocurrirán para nosotros simultáneamente, mezclándose uno con otro, por así decirlo, y nuestra débil razón será incapaz de desenredar la variedad infinita de un momento.
  En consecuencia, nuestra consciencia segrega grupos separados del caos de impresiones, y construimos, en el espacio y el tiempo, representaciones de objetos que corresponden a estos grupos de impresiones.
     Hemos conseguido dividir las cosas de algún modo, y las dividimos de acuerdo con las categorías del tiempo y del espacio.
   Pero debemos recordar que estas divisiones sólo existen en nosotros, en nuestra percepción de la cosas, y no en las cosas mismas. No debemos olvidar que no conocemos la verdadera interrelación de las cosas ni conocemos cosas reales. Todo lo que conocemos son sus fantasmas, sus sombras, y no sabemos qué relación existe realmente entre ellas.   Al mismo tiempo, sabemos muy claramente que nuestra división de las cosas de acuerdo con el tiempo y el espacio de ningún modo corresponde a la división de las cosos en sí mismos consideradas independientemente de nuestra percepción de ellas; y también sabemos muy claramente que si alguna suerte de división existe entre las cosas en sí mismas, en ningún caso podrá ser una división en términos de tiempo y espacio, como habitualmente entendemos estos términos, porque tal división no es propiedad de las cosas sino sólo de nuestra percepción de las cosas adquirida a través de los órganos de los sentidos.
      Además, no sabemos si es siquiera posible distinguir esos divisiones que vemos, o sea divisiones de acuerdo al espacio y al tiempo, cuando a las cosas se las mira, no desde el punto de vista humano, no a través de los ojos humanos. En otras palabras, no sabemos si, para un organismo constituido diferentemente, nuestro mundo no presentaría un cuadro enteramente distinto.
     No podernos representar las cosas fuera de las categorías de espacio y tiempo, pero pensamos constantemente en ellas fuera del tiempo y del espacio.
     Cuando decimos "esta mesa", nos representamos la mesa en tiempo y espacio. Pero cuando decimos "un objeto hecho de madera", sin significar ningún objeto definido, pero hablando genéricamente, eso se refiere a todos los objetos hechos de madera, en todo el mundo y en todas las épocas. Una persona imaginativa podría considerar que hablamos de algún gran objeto hecho de madera, compuesto con todas las cosas de madera que existieron en todas partes y que, por así decirlo, representan sus átomos.
     Aunque no nos demos de esto una explicación muy clara, por lo general, pensamos en tiempo y espacio sólo mediante representaciones; pero cuando pensamos en conceptos, ya pensamos fuera del tiempo y del espacio. A su criterio Kant lo llamaba idealismo crítico, para distinguirlo del idealismo dogmático, como lo presentaba Berkeley.
     De acuerdo con el idealismo dogmático, todo el mundo —todas las cosas, o sea, las verdaderas causas de las sensaciones, no tienen existencia excepto en nuestro conocimiento— existen solamente en la medida en que las conocemos. Todo el mundo, como lo represen-tamos, es sólo un reflejo de nosotros mismos.
     El idealismo de Kant reconoce la existencia de un mundo de causas fuera de nosotros, pero afirma que no podemos percibir este mundo a través de la percepción de los sentidos, y que, en general, todo lo que vemos es nuestra propia creación, el "producto del sujeto perceptor".
     Así, de acuerdo con Kant, todo lo que hallamos en los objetos es puesto dentro de ellos por nosotros. No sabemos a qué se parece el mundo independientemente de nosotros. Además, nuestra concepción de las cosas nada tiene en común con las cosas como son en sí mismas, aparte de nosotros. Y, lo que es más importante de todo, nuestra ignorancia de las cosas en sí mismas no se debe a nuestro conocimiento insuficiente sino al hecho de que somos totalmente incapaces de tener un conocimiento correcto del mundo por medio de la percepción de los sentidos Para expresarlo de modo diferente, es incorrecto decir que aún sabemos poco pero que luego sabremos más y, al final, llegaremos a una comprensión correcta del mundo; es incorrecto porque nuestro conocimiento experimental no es una brumosa representación del mundo real; es una representación muy vivida de un mundo enteramente irreal, que surge alrededor de nosotros en el momento de nuestro contacto con el mundo de las causas verdaderas, que no podemos alcanzar porque hemos perdido nuestro camino en el mundo "material" irreal. Así, la expansión del conocimiento objetivo nos trae más cerca de la cognición de las cosos en si mismos o de las causas verdaderas. En Crítica de la Razón Pura, Kant dice:

     Nada que sea intuido en el espacio es una cosa en sí misma, y el espacio no es una forma que pertenezca como propiedad a las cosas; sino que los objetos son enteramente desconocidos para nosotros en sí mismos, y lo que llamamos objetos externos no son nada más que meras representaciones de nuestra sensibilidad, cuya forma es el espacio, pero cuya correlación real. la cosa en sí, no se conoce por medio de estas representaciones ni podrá conocerse Jamás, pero respecto de la cual. en la experiencia. no se efectúa Jamás una indagación...
     Las cosas que intuimos no son en sí mismas lo mismo que nuestras representaciones de ellas en la intuición, ni sus relaciones en sí están de tal modo constituidas como nos parecen: y si quitamos el sujeto, o siquiera solamente la constitución subjetiva de nuestros sentidos en general, entonces desaparecen no sólo la naturaleza y las relaciones de los objetos en el espacio y el tiempo, sino inclusive el espacio y el tiempo mismos...
   Es enteramente desconocido para nosotros cuál sea la naturaleza de los objetos considerados como cosas en sí mismas y sin referencia a la receptividad de nuestra sensibilidad. No sabemos nada más que nuestro modo de percibirlos ... Suponiendo que debemos llevar nuestra intuición empírica [percepción sensoria] incluso hasta el grado más elevado de claridad, de ese modo no deberíamos avanzar un solo paso más cerca del conocimiento de la constitución de los objetos como cosas en sí mismas...
     Decir, pues, que toda nuestra sensibilidad no es sino la representación confusa de cosas que contienen exclusivamente lo que les pertenece como cosas en sí mismas, y esto bajo una acumulación de marcas características y representaciones parciales que no podemos distinguir en la consciencia, es una falsificación de la concepción de la sensibilidad y la fenomenización, que toma de ese modo a toda nuestra doctrina en vacía e inútil.
     La diferencia entre una representación confusa y una clara es meramente lógica y nada tiene que ver con el contenido, (1).


     Las proposiciones de Kant siguen estando aún, prácticamente, en la misma forma en que las dejó. A pesar de la profusión de nuevos sistemas filosóficos que aparecieron en el curso del siglo XIX, y no obstante el gran número de filósofos que se interesaron especialmente por comentar e interpretar los escritos de Kant, sus principales proposiciones permanecieron enteramente sin desarrollar, principalmente porque la mayoría no sabe cómo leer a Kant y se concentra en lo que no es importante ni esencial, omitiendo lo importante y lo esencial.
     Empero, en el hecho concreto, Kant meramente adelantó una cuestión, lanzó al mundo un problema que ha de resolverse, sin indicar el modo de resolverlo.
Este hecho es habitualmente pasado por alto cuando la gente habla de Kant. Kant adelantó el acertijo, pero no dio su solución.
     Y hasta hoy repetimos las proposiciones de Kant, considerándolas incontrovertibles, pero en realidad sólo tenemos una idea muy vaga de lo que aquéllas significan. Tampoco están conectadas con otras esferas de nuestro conocimiento. La totalidad de nuestra ciencia positiva —física, química y biología— se basa en hipótesis contradictorias de las proposiciones de Kant. No sabemos de qué manera imponemos nosotros al mundo las propiedades del espacio, o sea, la extensión; y no sabemos de qué manera el mundo —la tierra, el mar, los árboles, la gente— no podría poseer esta extensión.
No sabemos cómo podremos ver y medir esta extensión sino existe, o a qué podrá parecerse el mundo si no tiene extensión.
     ¿Existe realmente el mundo? O, como una deducción lógica de las ideas de Kant, ¿debemos aceptar la idea de Berkeley y negar la existencia misma del mundo excepto en nuestra imaginación?
      La filosofía positivista adopta una actitud extrañísima ante las opiniones de Kant. Las acepta y no las acepta. Para ser más exacto, las acepta como correctas en relación con la experiencia directa de los órganos de los sentidos, en relación con lo que vemos, oímos, tocamos. O sea, la filosofía positivista reconoce el carácter subjetivo de nuestra percepción y admite que todo lo que percibimos en los objetos se lo imponemos nosotros. Pero esto es sólo en relación con la experiencia directa de los órganos de los sentidos.
     Con respecto a la "experiencia científica", donde se usan instrumentos y cálculos precisos, la filosofía positivista parece considerar el criterio erróneo de Kant y supone que la "experiencia científica" nos familiariza con la sustancia misma de las cosas, con las verdaderas causas de nuestras sensaciones, y si aún no lo hace, nos pone más cerca de esta familiarización y tal vez logre hacerlo más tarde:
      En oposición a Kant, los "positivistas" están convencidos de que "un conocimiento más claro de los fenómenos los pone al corriente de las cosas en si mismas". Suponen que, considerando los fenómenos físicos como movimientos del éter, o de electrones, o como influencias eléctricas o magnéticas, y calculando estos movimientos, se familiarizan con la esencia misma de las cosas, o sea, con las causas de todos los fenómenos. Creen exactamente en la posibilidad de lo que Kant negaba, a saber, en la comprensión de la esencia verdadera de las cosas a través del estudio de los fenómenos. Además, muchos físicos ni siquiera consideran necesario conocer a Kant, y serían incapaces de definir con exactitud en qué relación están con respecto a él. Empero, uno tal vez no conozca a Kant pero no puede ignorarlo. Toda descripción de un fenómeno físico, por su palabra misma, se refiere de uno u otro modo al problema suscitado por Kant y está en una u otra relación con aquél.
      Hablando en general, la posición de la "ciencia" con respecto a la cuestión de los límites de lo impuesto subjetivamente o lo percibido objetivamente es más que precaria, y a fin de sacar sus conclusiones, la "ciencia" está obligada a aceptar muchísimas proposiciones puramente hipotéticas como datos conocidos e incuestionables, que no exigen prueba.
     Además, los físicos pasan por alto una consideración interesantísima adelantada por Mach en su libro Contributions to the Analysis of the Sensacions:

En la investigación de los procesos puramente físicos empleamos, por lo general, conceptos de carácter tan abstracto que. por regla general, pensamos sólo superficialmente, o no pensamos para nada, en las sensaciones que yacen en su base... [En la base casi interminable de simples observaciones sensorias (sensaciones), particularmente si tomamos en consideración las observaciones que aseguran el ajuste del aparato, que puede haberse cumplido en parte mucho antes del experimento real.] Ahora bien, es fácil que esto le ocurra al físico que no estudie la psicología de sus operaciones, que (para invertir un refrán bien conocido) no vea los árboles por el bosque, que pase por alto los elementos sensorios en la base de su trabajo... El análisis psicológico nos enseñó que esto no es sorprendente, puesto que el físico se ocupa de las sensaciones en todo su trabajo. (2)

     Aquí, Mach llama la atención sobre un aspecto importantísimo de la cognición. Los físicos no consideran necesario saber psicología ni tomar en cuenta sus conclusiones. Pero cuando están más o menos familiarizados con la psicología, con la parte de ésta que se ocupa de las formas de la percepción, y cuando la toman en cuenta, da por resultado en ellos una muy fantástica división de opiniones como en un hombre de creencias ortodoxas que tratase de reconciliar el dogma de la fe con los argumentos de la razón.
       O incluso puede ser peor. Muy en lo profundo, un físico puede sentir la real carencia de valor de todas estas teorías científicas nuevas y viejas, pero tiene miedo de que lo dejen colgando en el aire con nada, salvo una negación. No tiene un sistema que ocupe el lugar de aquél cuya falsedad él ya siente; tiene miedo de dar un salto en el vacío. Y, careciendo de valentía para admitir abiertamente que no cree más en nada, continúa usando todas estas teorías contradictorias, como algún uniforme oficial, por la sola razón de que este uniforme está conectado con derechos y privilegios, tanto internos como externos consistentes en cierta seguridad en él mismo y el mundo circundante a los que no tiene la fuerza ni la valentía para renunciar. Un "positivista incrédulo" es la trágica figura de los tiempos modernos, similar al "ateo" o al "sacerdote incrédulo" de los tiempos de Voltaire. El mismo temor de un vacío da pábulo a todas las teorías dualistas que aceptan "espíritu" y "materia" como principios diferentes, coexistentes pero independientes uno del otro.
     En conjunto el actual estado de nuestra "ciencia" sería de gran interés para un observador imparcial. En todos los dominios del conocimiento científico hay una gran acumulación de hechos que rompen la armonía de los sistemas aceptados. Y estos sistemas pueden existir solamente a través de los esfuerzos heroicos de científicos que se empeñan en cerrar sus ojos a la larga serie de hechos nuevos que amenazan con sumirlo todo en un torrente irresistible. Empero, si se reunieran estos hechos, destructivos para los sistemas, es probable que su número en cada dominio resultaría mayor que el número de hechos sobre los que se fundan los sistemas. La sistematización de lo que no conocernos puede proporcionar más para el conocimiento correcto del mundo y de nosotros mismos que la sistematización de lo que, según la opinión de la "ciencia exacta", conocemos.


1  Emmanuel Kant, Critica de la Razón. Pura, según la versión Inglesa de J. M. D. Meiklejohn, Londres, George Bell & Sons, 1878, págs. 28, 35 y 36.

2  Contributions to the Analysis of the Sensations , del doctor Ernst Mach, trad. por C. M. Williams, Open Court Publishing Co., Chicago, 1897, págs. 191, 192, 193.


Fuente: Tertium Organum - P. D. Ouspensky. Capitulo 1.

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