Tal vez los lectores se extrañen por estas dos palabras griegas. Pero ellas nos permiten acercarnos a un tema urgente: el rescate de los fundamentos de la ética, que se contrapone al descontrol ético actual, especialmente cuando jefes de Estado utilizan la mentira para engañar a su pueblo y ganarlo para la perversidad de la guerra.
En primer lugar, cabe decir que «daimon», en griego clásico, no es demonio, sino, al contrario, el ángel bueno, el genio protector. Y «ethos» no es principalmente ética, sino la morada, la casa humana. Heráclito, genial filósofo presocrático (500 a.C.), unió las dos palabras en el aforismo 119: «el ethos es el daimon del ser humano», o sea, «la casa es el ángel protector del ser humano». Esta formulación esconde la clave para toda una construcción ética. Pero expliquémonos, porque eso no es inmediatamente comprensible.
Ethos/casa no son simplemente las cuatro paredes y el techo. Es el conjunto de las relaciones que el ser humano establece: con el medio natural, separando un pedazo de él para que sea su morada; con los que habitan en la casa, para que sean cooperativos y pacíficos; con un pequeño lugar sagrado, donde guardamos memorias queridas, la vela que arde o los santos de nuestra devoción; y con los vecinos, para que haya mutua ayuda y gentileza. Casa es todo eso; es un modo de ser de las personas y de las cosas.
La casa, para ser tal, debe tener un buen astral. Eso lo proporciona el daimon, el genio bienhechor. El bien que él inspira hace de las cuatro pareces y del conjunto de las relaciones, una morada humana. Ahí nos sentimos bien, amamos y morimos.
El daimon/ángel bueno, ¿qué es? Sócrates, que siempre se dejaba orientar por él, lo llama «voz profética dentro de mí, proveniente de un poder superior», o también «señal de Dios». Es la voz de la interioridad, aquel consejero de la conciencia que disuade o estimula, aquel sentimiento de lo conveniente y de lo justo en las palabras y en los actos, que se anuncia en todas las circunstancias de la vida, pequeñas o grandes. Todos poseen el daimon interior, ese ángel protector que nos aconseja siempre, un dato tan objetivo como la libido, la inteligencia, el amor o el poder.
Como se comprende, Heráclito, como buen filósofo, deja atrás el sentido convencional de las palabras y capta su significación escondida: la casa (ethos) acaba siendo la ética, y el ángel bueno (daimon), la inspiración para su vivencia.
Ser fieles a ese ángel bueno hace que moremos bien en la casa, la individual, la ciudad, el país y el planeta Tierra, la Casa Común. Todo lo que hagamos para que se pueda morar juntos bien (felicidad) es ético y bueno; lo contrario es antiético y malo.
Hay una especie de tragedia en nuestra historia: el daimon fue olvidado. En su lugar, los filósofos como Platón y Aristóteles, Kant y Habermas, propusieron sistemas éticos, con normas tenidas por universales. La voz del ángel bueno no deja de hablar, pero es confundida con las mil otras voces, de las religiones, de las Iglesias, de los Estados y de otros maestros…
Si quisiéramos una revolución ética duradera debemos librar el daimon y comenzar a escucharlo de nuevo. En definitiva, ése es el buen sentido ético. Él nos sugerirá cómo ordenar la casa que es la ciudad, el Estado y la Casa Común planetaria. No hay otra salida.
¿Es utopía? Sí, pero es la dirección correcta que apunta al camino verdadero. Escuchar al daimon produce paz general y hace que surja el cuidado para con todas las cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario