Capítulo V LA INICIACIÓN HEBRAICA Y SU RELACIÓN CON EL HOMBRE
71.
El Tabernáculo en el desierto es el símbolo del cuerpo físico en el
desierto de la materia. Cuando el hombre fue dotado de mente perdió la
vista espiritual porque dedicó todos sus pensamientos al mundo externo.
Entonces el Señor reveló a los guías de la humanidad (los maestros
internos) la manera de volver al mundo espiritual por el camino de la
mente o el pensamiento. Así el Tabernáculo o cuerpo le fue dado al
hombre para hallar a su Dios.
72.
La Pirámide de Egipto se asemeja al Tabernáculo diseñado por Jehová:
ambos eran la representación del cuerpo humano, ambos entrañaban la
incorporación de grandiosas verdades cósmicas ocultas tras el velo del
simbolismo, cuyos objetivos son la unión del hombre con el Íntimo
mediante el pensamiento.
Esa
idealización divina le es dada al hombre que hace alianza con Dios,
comprometiéndose a servirle y ofrecer la sangre de su corazón, llevando
una vida de servicio sin buscar provecho alguno para sí.
73.
El Tabernáculo estaba orientado del Este al Oeste; el Este del hombre
es su frente o parte anterior; el Oeste es la parte inferior. El
aspirante entraba por la puerta oriental, siguiendo el camino del astro
del día, y continuaba andando hacia el frente, hacia el Occidente:
tocaba el Altar de las Ofrendas o Altar de los Sacrificios (que está en
el bajo vientre), donde ellas eran quemadas; después llegaba al Lavabo
de Bronce (el hígado y la purificación por el servicio o prueba del
agua) para penetrar, en seguida, en el vestíbulo, estancia oriental
llamada Lugar Santo y, por fin, en la parte occidental, el
Sancta-sanctórum, donde se hallaba el Arca de la Alianza, el símbolo más
grandioso de todos.
74.
De la misma manera anduvieron también los Tres Magos de Oriente (los
tres cuerpos del hombre) guiados por el pensamiento, la Estrella del
Cristo Interno, hasta llegar a Bethleem-Belén, casa de carne, donde
reside el punto central de la Divinidad nacida en forma humana.
75.
La puerta del Tabernáculo se hallaba en la fachada oriental. Estaba
cubierta con una cortina de lino de tres colores – azul, escarlata y
púrpura – que representan los tres aspectos o Personas de la Divinidad.
“Dios es Luz”, dice San Juan, pero la luz blanca se refracta en tres
colores primarios, en la naturaleza y en el hombre. El rojo corresponde
al Espíritu Santo: en el hombre, está en la sangre, cuando se pone en
contacto con el aire; el amarillo es el color del Hijo que fulgura en el
corazón, mientras que el azul es el color del Padre, que flota, como
bruma, en las quebradas de las montañas lejanas, en la cabeza. El
amarillo del Hijo mezclado con el azul del Padre da el color verde
vegetal de la naturaleza; es el color de la vida y la energía. El
amarillo con el rojo producen la sangre purpúrea de las venas como
consecuencia del error y el pecado.
En
aquellos tiempos no aparecía aún el amarillo puro en el velo del
Tabernáculo porque Cristo no se había manifestado en el Hombre para
tejer el “traje dorado de la boda” del alma humana que fue la novia de
Cristo en lenguaje místico.
Esos
tres colores significaban también las tres religiones consecutivas del
hombre: el rojo, la religión del Espíritu Santo en épocas pasadas; el
amarillo, la del Hijo, en la actual; y el azul, la del Padre, en el
futuro.
Vendrá
el día en que los tres colores del hombre, emancipado de las
restricciones de la ley, se entremezclarán y, girando en torno del
Íntimo, formarán, con la Unión, la luz blanca, síntesis de todos los
colores.
76.
El altar de Bronce estaba colocado a la entrada Este del Tabernáculo,
en el vientre del hombre. En aquel altar sacrificaba algo de la
propiedad material que poseyó, para que sea consumido por el Fuego; así
como el sacrificante sentía la pérdida del animal de su propiedad, así
también, con el mismo dolor y la misma pena, sentimos hoy el sacrificio
de un hábito o vicio animal caro a nuestros sentidos (tal es la prueba
del fuego).
La
primera lección dada al candidato es el sacrificio de sus propios
instintos animales. El animal era sacrificado por su amor, por su propio
bien en el Altar de Bronce; el candidato debe también sacrificar todo
su bienestar, por amor a los demás, en el altar de su instinto (el
vientre).
El
Tabernáculo en el desierto era una sombra o proyección de las cosas
mayores que habían de venir, dice San Pablo. Y todas esas cosas están
dentro y no fuera del hombre.
77.
Todo hombre debe construir su propio Tabernáculo, o sea su
Cuerpo-Templo; debe convertirse en Altar del Altísimo y ser el sacerdote
y la hostia a la vez; debe ser, al mismo tiempo, el sacrificante y la
oblación o sacrificio que en él se ofrece. Y como Sacerdote debe
degollar allí al animal y quemarlo por amor a los demás.
El
fuego con densa nube de humo que flotaba sobre el Altar de Bronce y que
consumía a la víctima es nuestro remordimiento que consume nuestros
yerros y faltas. El fuego del remordimiento está escondido por la
Divinidad Interna; es el único purificador de nuestros vicios. Sin
embargo, aunque al principio nos moleste su humo, en él se refleja la
Luz que puede servirnos para llegar al mundo de la Unidad, mundo de la
pura luz de la Verdad.
Tenemos
que sacrificar nuestros instintos en el altar de nuestro Dios Íntimo,
quemarlos con el remordimiento para que seamos perdonados y que se
cumpla en nosotros lo que dice el salmista: “Aunque sus pecados sean tan
rojos como la escarlata, quedarán tan blancos como la nieve”.
Después
de la purificación por fuego en el Altar de Bronce y de quedar limpio
de los instintos animales, caros a sus sentidos, el aspirante debía
lavarse en el Lavabo de Bronce, gran pila que se mantenía siempre llena
de agua.
78.
El hígado es el Mar Rojo – el de los deseos -; los hebreos tuvieron que
cruzarlo durante su éxodo hacia la tierra de promisión, hasta Jerusalén
(ciudad de la paz, el cuerpo humano limpio de los deseos inferiores);
es el Altar de Bronce donde los instintos animales, situados en la parte
inferior del vientre, deben ser quemados por el fuego del
arrepentimiento. El Lavabo de Bronce es la depuración de los deseos
inferiores en la región del hígado; es la santificación y consagración
por el servicio para poder construir el verdadero templo del Dios
Interno. Y cuando salga del agua, sobre él bajará el Espíritu Santo en
forma de paloma y se oirá la voz del Padre diciendo: “Este es mí hijo
bien amado”.
79.
Cuando el aspirante, en su viaje mental, ha pasado por el charco de los
instintos en el bajo vientre y por el fuego de los deseos en el hígado,
encuentra el velo que oculta la entrada del Templo Místico, ante el
corazón.
Al
correr el velo, el aspirante entraba en la estancia oriental llamada
Lugar Sagrado o Lugar Santo, que no tenía abertura alguna por donde
pudiese pasar la luz exterior, por lo cual día y noche estaba iluminado
por una luz interna.
Coloque
el aspirante su cuerpo en disposición para comprender esos símbolos
sagrados y procure penetrar con el pensamiento en la parte interior del
pecho, tratando de ver lo que hay adentro.
Igual
que en el Tabernáculo, verá mentalmente los objetos, único mobiliario
del Lugar Santo o pecho: el Altar del Incienso (el corazón), la Mesa de
los Panes de la proposición (los pulmones) y el Candelabro de Oro del
que provenía la Luz (los siete centros luminosos, llamados chakras, en
la espina dorsal del hombre).
Únicamente el sacerdote (Iniciado) podía cruzar el velo exterior y entrar.
80.
En el Lugar Santo se encuentra, al lado izquierdo, el Candelabro de Oro
de las siete luces. Son los siete Ángeles ante el Trono del Señor y con
esas luces iluminan el mundo interno del hombre.
En
la mesa de la proposición (pulmones) había doce panes (que corresponden
a los doce signos zodiacales) elaborados por las doce facultades del
Espíritu o doce glándulas internas que participan en la preparación del
pan de la vida para desarrollo del alma. El propio Íntimo nos las dio
por medio de los doce departamentos bajo el dominio de las doce
jerarquías. Esos panes deben alimentar el alma de cada hombre al
servicio de los demás.
81.
El Altar de Oro del Incienso es el corazón donde el Iniciado Sacerdote
debe quemar el Aroma del Servicio y del Amor en el Lugar Santo, antes de
poder penetrar en el Sanctasanctórum.
El
animal (el error) fue quemado en el Altar de Bronce; el incienso (el
servicio) se quema en el Altar de Oro o del Incienso, ante el Señor. El
error es quemado por el remordimiento, el servicio es quemado por el
fuego puro del Amor Impersonal. El olor del fuego del arrepentimiento es
nauseabundo y el olor del servicio es fragante.
Una
vez ofrecido su servicio, como incienso, en el Altar del Corazón, ya
puede el aspirante levantar el segundo velo para penetrar, en su
ascenso, en la estancia occidental llamada el Sanctasanctórum.
82.
El Sanctasanctórum es la cabeza del hombre, saturada de una grandeza
Divina. Nadie podía entrar en esa habitación sino el Sumo Sacerdote y el
Hierofante Mayor, una sola vez al año. Todo el Tabernáculo es Santuario
de Dios, así como el cuerpo físico del hombre es la residencia del
Íntimo; sin embargo, en la cabeza o Sanctasanctórum se manifiesta la
gloria de Shekinah. Por eso, nadie más que el perfecto Hierofante puede
penetrar en él, una vez al año, el día de la Propiciación.
En
el extremo occidental del Sanctasanctórum (la cabeza), es decir en la
parte extrema al Oeste del Tabernáculo, descansaba el Arca de la
Alianza. Era un receptáculo cóncavo que contenía el Vaso de Oro del
Maná, la Vara de Aarón y las Tablas de la Ley.
El Arca de la Alianza es la forma interior de la cabeza del hombre, y representa el desarrollo de ella en todas las edades.
En
el subconsciente están escritas las leyes divinas y naturales que le
dictan, como dice San Pablo, la manera de trabajar con ellas sin
quebrantarlas; de ese modo se convierte en servidor de las leyes por
amor a las leyes.
El
Vaso de Oro del Maná es la mente que bajó del cielo Íntimo al cuerpo
humano que posee la mente. Ese Espíritu en la cabeza, o Arca de la
Alianza, es el que da vida a los órganos y está encerrado en el Arca de
cada ser humano.
La
Vara de Aarón es el principio Creador del hombre, que reside en la
médula desde la glándula pineal y se manifiesta en el sexo. La glándula
pineal es la que comunica fuerza espiritual creadora al Árbol del Edén
para que dé sus frutos. Es el origen de la fuerza creadora del hombre
que quiera utilizarla para la regeneración y no para la degeneración.
83.
Para llegar a Hierofante y poder entrar en el Sanctasanctórum, todo
aspirante debe hacer florecer en él la Vara de Aarón por medio de la
castidad.
A
ambos lados del Arca de la Alianza (en el interior de la cabeza) había
dos Querubines en actitud reverente. Adoraban el fuego ardiente de la
Gloria de Shekinah, de la cual salía la Luz del Padre y comulgaba con
sus adoradores.
Siguiendo
mentalmente el viaje espiritual del aspirante, que ahora es Hierofante,
y al llegar a la parte occidental de la cabeza (jardín del Edén, de
donde fue expulsado), vemos a dos Querubines que impiden la entrada en
el Edén. Son dos grandes fuerzas representadas por el Ángel de la Espada
y el Ángel de la Guarda o Intercesor. El primero es terrible: nos
espanta con su espada flamígera, anotando nuestras acciones. El segundo
es nuestro intercesor o Custodio.
El
primero obstruye nuestro paso con nuestra forma mental grosera, hecha
de nuestros más bajos deseos y pasiones. El segundo reúne los átomos de
nuestras más elevadas y sutiles aspiraciones, ideas y obras de servicio.
84.
En el Altar de las Ofrendas debemos quemar los átomos del instinto y en
el Altar del Incienso ofrecer los de los deseos, para poder entrar
nuevamente en el Reino de Dios.
El
centro del Sanctasanctórum está ocupado por el Triángulo Sagrado de
Shekinah, que simboliza “la presencia de Dios en medio de nosotros”.
Está siempre iluminado y representa el fuego del fervor y la llama. Luz
de la Divina Presencia. El Triángulo de Shekinah simboliza la Trinidad
del Absoluto o Íntimo en su manifestación: el Padre en el Átomo del
entrecejo, el Hijo en el de la glándula pituitaria y el del Espíritu
Santo en el de la glándula pineal.
Cristo fue el primero que con su sacrificio rasgó el velo y abrió el camino al Sanctasanctórum.
85. Cristo puso fin al santuario externo para erigir el Santuario Interno.
El
Altar del Sacrificio de los instintos purga las faltas. El Candelabro
de Oro debe estar encendido en ese Santuario Íntimo para que Su Luz nos
guíe a la Unión con el Padre que mora dentro de nuestra conciencia
Divina.
86.
Cuando ha sido hecho Sacerdote del Altísimo y entra en el
Sanctasanctórum para unirse con el Padre, el aspirante debe salir
nuevamente para ayudar a sus hermanos en el mundo y, una vez terminada
su misión con ellos, debe ser crucificado en el cráneo, ese punto de
nuestra propia cabeza por el cual sale el Espíritu, definitivamente, al
abandonar el cuerpo con la muerte. El Gólgota es la meta del desarrollo
humano en la Iniciación Cristiana, mas no en la Iniciación Hebraica,
porque no había llegado la hora.
87.
Antes de la venida de Cristo, los hebreos se iniciaban en los misterios
del Tabernáculo, aunque nunca llegaban hasta el sacrificio de sí
mismos; por eso la Iniciación era incompleta.
88.
Desde la venida de Cristo al mundo, la Iniciación Egipcia y la Hebraica
fueron completadas por la Iniciación Cristiana cuya meta es enseñarnos a
imitar a Cristo, su fundador, que trazó el camino único: entrar muchas
veces, espiritualmente, en unión con el Padre para volver a
sacrificarnos por los demás antes de dar el salto final.
89. Resumen de la Iniciación Hebraica:
El
instinto de la carne debe ser consumido en el Altar del Sacrificio
propio por el remordimiento; el alma debe ser lavada y purificada de sus
deseos. Entonces el hombre puede buscar su Íntimo en su templo interno.
En
su búsqueda está iluminado por los siete rayos de las Siete Virtudes;
sus pensamientos, palabras y obras se convierten en pan de la vida para
sus doce facultades del Espíritu; su servicio impersonal será como el
Incienso quemado por el amor a los demás en el altar de su corazón.
90.
En tal estado, ya puede “ir al Padre, al cielo y el cielo está dentro
del hombre” y puede identificarse con el Padre, convirtiéndose en
Dios-Hombre, consciente de su Omnipotencia creadora desde el cielo de su
mente por la Unión con el Padre en la propia conciencia divina, en la
Gloria de Shekinah.
JORGE ADOUM - EL APRENDIZ Y SUS MISTERIOS