"He aquí al hombre extraño, cuyo talento sublime triunfa cada día
contra la avidez de la muerte y a quien ningún interés anima sino el
bien de la humanidad".
Sería preciso sumergirse en los obscuros caminos del interés humano,
de la estrechez de pensamiento, de la bajeza moral, perderse en los
tortuosos senderos de los que jamás se retorna para encontrar allá la
causa real que ha movido al hombre a negar la verdad que de forma obvia
aparece ante su mente, a sumir en un calvario atroz a los guías que el
Padre Eterno le enviaba, a cubrir con un sucio y abyecto manto de
mentira, de odio, de rencor y de ignominia el mensaje que la Luz Mayor
nos hace llegar a través de sus Hijos más queridos.
Fue con profunda lástima y pesar que emprendí el estudio de uno de
los más ilustres Maestros que la humanidad tuvo el privilegio de
conocer, sabedor de que en sus biografías no encontraría sino error tras
error, mentiras y calumnias inconfesables. Nadie ha sido tan humillado,
en ningún ser se ha cebado tanto la conjura de la Religión fanática y
del más injusto relato histórico. ¿Quién ha sido tan maltratado por la
historia? ¿Quién es, sin embargo, más merecedor de ser reconocido como
un ser sublime, como una personalidad increíblemente preparada para
servir? ¿Quién, en suma, puede alcanzar el corazón del discípulo
anhelante? Es El, el Noble Viajero: CAGLIOSTRO.
A pesar de que la calumniosa y aberrante narrativa de algunos
autores, quienes sin saberlo, aún hoy en día, continúan basando sus
estudios sobre el Conde Alejandro de Cagliostro en los panfletos y
escritos del Santo Oficio, que intentó por todos los medios acallar la
voz representante del pueblo, muchos otros han sabido dirigir su mirada a
las propias palabras del Mago, encontrando en ellas la verdad que él
mismo predicaba. Ninguna narración es más exacta que aquella debida a su
propia pluma, cuando encarcelado en aquel símbolo de la injusticia y de
la tiranía que fue La Bastilla, acusado de supuesta relación con el
"affaire" del collar, escribió su Memoria.
"No soy de ninguna época ni de ningún lugar, y más allá del espacio y
del tiempo, mi ser espiritual vive su eterna existencia. Si me sumerjo
en mi pensamiento remontándome en el curso de las edades, si extiendo mi
espíritu hacia un modo de existencia alejado de aquél que percibís, me
convierto en aquél que deseo ser. Participando conscientemente del Ser
Absoluto arreglo mi acción según el medio que me rodea. Mi nombre es
aquél de mi función, pues soy libre; mi país, aquél donde fijo
momentáneamente mis pasos. Poned fecha de ayer si lo deseáis, rehusando
acordaros de años vividos por ancestros que os fueron extraños, o del
mañana, por el orgullo ilusorio de una grandeza que jamás quizás será la
vuestra, yo soy aquél que Es".
Esta particular autodefensa del Mago, debió extrañar enormemente a
los tribunales a los cuales iba dirigida. En sus palabras velaba ya un
misterio insondable. El de su origen. Nacido, o más bien, renacido
en la Meca, hijo quizá del Gran Maestre Pinto de la Orden de Malta,
enviado a cumplir una misión, Cagliostro era, sin duda, un gran
Iniciado. Gran Maestro del rito Escocés, de los Philalethas, y del
Temple, Iniciado de Martínez de Pascuales con el grado de Sacerdote
Electo, amigo y discípulo de Saint Martin, de Swedemborg y de
Villermotz, Cagliostro era ante todo un Rosacruz. Sus palabras lo
atestiguan:
"Como el Viento del Sur, como la brillante luz del mediodía que
caracteriza el pleno conocimiento de las cosas y la comunión activa con
Dios, voy hacia el Norte, hacia la bruma y el frío abandonando en todas
partes a mi paso una parcela de mí mismo, abandonándome, disminuyéndome
en cada estación, más dejándoos un poco de claridad, un poco de calor,
un poco de fuerza, hasta que sea parado y fijado definitivamente el fin
de mi carrera, en la hora en que la Rosa florezca sobre la Cruz. Yo soy
Cagliostro".
"Los Holocaustos no os son agradables. El sacrificio que Dios pide es
un espíritu afligido. ¡Oh, Dios! No puedes ignorar a un corazón pleno
de humildad. Señor, en vuestra bondad, repartid vuestros bienes y
vuestras ganancias sobre SION, a fin de que los muros de Jerusalén sean
alzados"
En estas palabras del Conde demuestra que su misión era la de crear
las bases para lo que es llamado la Venida de la Jerusalén Celeste, es
decir, la de la Jerarquía de los Sabios llegados a la perfección, que
alumbran desde la obscuridad del anonimato a un grupo conocido por los
místicos como SION, el Priorato del Temple, el templo de Dios entre los
Hombres. Mas como diría uno de sus contemporáneos, para comprender a
Cagliostro sería preciso ser él mismo. Su misión real escapa a la simple
comprensión humana.
Sus viajes por toda Asia, Oriente Medio y toda Europa, fueron
testigos de su bondad y filantropía, de una esplendidez increíble. Por
donde quiera que pasara, millares de personas le aclamaban como a un
mesías, como a un benefactor que aliviaba sus sufrimientos. Repartía
dinero en forma inagotable, a aquéllos en quienes la vida parece
ensañarse. No sólo sanaba a sus enfermos con procedimientos que tenían
un aparente cariz de milagroso más que de científico, sino que sufragaba
los gastos de viajes y residencia de aquellos que, desde muy lejos,
venían a pedir su ayuda. Tal como proclamaba su doctrina de Iniciado:
"Siempre avanzar, siempre sembrar y dejar a los demás recoger la
cosecha, aceptar todas las misiones que los demás repudian, seguro de
que la naturaleza no le ocultará nada, de que el Cielo dará todo a aquél
que es incapaz de usarlo sólo para su propio beneficio. Conquistar el
alma con paciencia".
Su misión como emisario del Padre le fue revelada por medio de una
sagrada visión, que marcó el resto de sus días y le afianzó aún más a su
Sendero. Esta tuvo lugar en la ciudad de Burdeos. Confirmándole como un
Elegido del Universo:
"Se vio asido de los brazos por dos hombres. Introducido en un
profundo subterráneo. Allá vio abrirse un portal y fue llevado a un
salón delicioso, un lugar de paz y amor que él comparó a un salón real
magníficamente iluminado. Allá era celebrada una velada magna. Todos los
asistentes estaban vestidos con ropas blancas que llegaban hasta sus
talones. Entre ellos reconoció a algunos de sus hermanos ya fallecidos.
Fue entonces liberado de los males de este mundo y creyó haber llegado
al Paraíso. Le fue presentada una larga vestimenta y una espada, similar
a aquella que es costumbre poner en la mano del Ángel Exterminador.
Avanzó y se vio invadido por una gran luz. Se postró y dio gracias al
Ser supremo por haberle hecho llegar a la felicidad, mas una voz
desconocida le respondió: He aquí cual será tu recompensa; es preciso
trabajar todavía".
Esta extraordinaria experiencia que le prometía su ingreso en la Gran
Hermandad Blanca, de la cual era un emisario, también le presentaba el
papel que iba a jugar en el transcurso de los acontecimientos. Aún
exiliado en Inglaterra no por ello dejó de trabajar en la Revolución que
vería caer el cetro y la Corona. ¿Era él quien debía accionar todo el
mecanismo de la Revolución armada, cuando los intentos pacificadores de
Saint Germain y Saint Martin hubieran fracasado? Nunca se sabrá
exactamente. No obstante, su participación en la Revolución victoriosa
no era ignorada por Roma, quien aguardaba en su traicionera fortaleza la
llegada del Maestro.
Cagliostro, el más noble de los hombres, sabía que todo iba a ser
utilizado por sus enemigos, a quienes él amaba como a sus propios
hermanos, para llevarlo al potro de la tortura y a la hoguera. Pero todo
ello ya estaba previsto y aún si le aportaba sufrimiento y dolor, todo
formaba parte de un plan trazado por el Gran Arquitecto.
El mantenía su fe en los hombres y la confianza en que en algún
sagrado día, comprenderían la grandeza de lo creado y serían uno con el
Padre. Para que lo que se hallaba separado se uniera formando un Todo
armonioso. La Unidad de los hombres con su propia naturaleza interior ha
sido siempre el objetivo de la Iniciación y de los Iniciados en todo el
planeta. La Santificación del Hombre interior.
"Heme aquí. Soy noble y viajero; hablo y vuestra alma tiembla al
reconocer antiguas palabras. Una voz que está en vosotros, mas que se
silenció hace tiempo, responde a la llamada de la mía. Actúo, y la paz
vuelve a vuestros corazones, la salud a vuestros cuerpos, la esperanza y
el coraje a vuestras almas".
Su contemporáneo Mozart le ofreció, como iniciado que él mismo era y
alumno del Conde, una obra dedicada a él, que debe ser escuchada. "La
Flauta Mágica", enteramente dedicada a Cagliostro, fue un tributo de
admiración al Gran Maestro fundador del Rito Egipcio.
Desde pequeño, sus educadores conocían la misión que a Cagliostro le
había sido reservada. El Gran Maestre de la Orden de Malta, Pinto, dijo
en el momento de su despedida: "Adios, hijo infortunado de la
naturaleza". Althotas, su mentor, lo introdujo en la astrología, la
alquimia, la medicina y las lenguas. Asimismo en el estudio del
esoterismo de los pueblos y de la Tradición. El Rosacruz Althotas lo
llevó de la mano hasta una sublime Ceremonia llevada a cabo el día de su
Gran Iniciación, en el interior de un inmenso templo: la Gran Pirámide.
Como todo Iniciado tuvo su segundo nacimiento y vino otra vez a este
valle de lágrimas investido de un poder especial.
"Toda Luz viene de Oriente, toda Iniciación de Egipto. En mi primera
infancia, bajo la ley del rigor y la justicia, sufrí el exilio, como
Israel en tierras extranjeras. Pero como Israel, tenía con él la
presencia de Dios, como un Metatron le guardaba en su caminar, de igual
forma un ángel guardián velaba sobre mí dirigiendo mis actos, aclarando
mi alma, desarrollando las fuerzas latentes en mí. El fue mi maestro y
mi guía".
Es posible que se refiriera a su amigo y maestro Althotas. También a
su propia intuición espiritual, a su ser interior de quien estuvo
consciente desde muy temprana edad.
"Un amor que me atraía de forma impulsiva hacia toda criatura, una
irresistible ambición, un sentimiento profundo de mis derechos sobre
todos los seres del cielo y de la tierra me impulsaba y me arrojaba
hacia la vida. Fue abandonado y tentado en el desierto; hube de luchar
con el ángel como Jacob, con los hombres y con los demonios, quienes una
vez vencidos me enseñaron los secretos concernientes al Imperio de las
tinieblas, para que nunca me confundiera y me perdiera en aquellos
tortuosos caminos de los que jamás se retorna".
La tramoya estaba ya preparada. El final estaba próximo y Cagliostro
lo sabía. Iba a ser crucificado pues tras la crucifixión viene la
resurrección. Un último y necesario viaje, ingenuo bajo el punto de
vista humano, iba a llevarle a Roma, donde esperaba lograr una audiencia
con el Papa para conseguir la legalización, por parte de la Iglesia, de
su Rito Misraim. Momento propicio para las maquinaciones del Santo
Oficio. Durante muchos años habían ido tras de él y ahora él mismo venía
a comer en su mano.
Varios se unieron al Conde en sus primeros trabajos en una Logia en
Roma. Entre ellos un capuchino francés, Francesco de San Maurizio, quien
emprendió con ardor las tareas del Conde en la instauración del Rito.
Más como Cagliostro mismo predijo hacía tiempo: "Entre vosotros
(dirigiéndose a sus alumnos) habrá un Judas que me traicionará". Este
monje era un agente del Santo Oficio, un espía. Tras la detención del
Conde nada más se supo de Francesco.
El 27 de diciembre de 1789, precisamente el día de la festividad de
San Juan Evangelista, patrón de los Masones y autor del Apocalipsis, el
Papa Pío VI firmaba la orden de arresto bajo la acusación de herejía,
blasfemia, brujería… Irrumpieron en su casa y saquearon sus papeles, sus
pócimas curativas, símbolos y archivos, al tiempo que su esposa Lorenza
Serafina era también arrestada. El tribunal de la Inquisición no
perdonaba a Cagliostro su relación con la Rosa Cruz y con la Masonería.
Debía morir.
Todos sus documentos y símbolos (entre ellos su mandil de masón y
algunos otros atributos, junto a sus escritos maravillosos) fueron
quemados públicamente. Entre ellos se hallaba una estatuilla de la diosa
egipcia Isis, la diosa de los Misterios, que sujetaba entre sus piernas
al dios-niño (Horus). Algunos de sus más importantes documentos fueron,
sin embargo, guardados y aún hoy en día se encuentran en la biblioteca
secreta del Vaticano.
El Santo Oficio quiso dar un buen espectáculo al populacho, obligando
al Conde a abjurar en contra de la Francmasonería. Cagliostro, vestido
con ropas de penitente, descalzo y con una vela en la mano, recorrió la
distancia desde el Castillo del Santo Ángel hasta Santa María donde
pidió perdón a Dios y a la Santa Iglesia. Fue deshonrado. El pueblo hizo
una fiesta cuando la espada del Gran Coptho fue rota, cuando el compás y
la escuadra fueron arrojados al fuego, cuando la estrella de seis
puntas ardió en un desesperado alarido.
El tribunal del Santo Oficio promulgó su decisión el 21 de marzo de
1791. ¡Cuánto tiempo pasado en prisión, torturas y desesperación! No
queriendo darle el privilegio de una muerte inmediata fue condenado a
cadena perpetua.
Todos aquellos que le dejaron solo en ese instante, que como al
Cristo lo abandonaron en el Gólgota, le preguntaban aquello que al
Maestro Jesús le fue dicho: "Si eres dios, desciende de la Cruz…"! Por
respuesta el silencio, la sumisión, la espera.
Cagliostro fue conducido a la Prisión de Saint Leo, en una montaña
cerca del Adriático, fortaleza inexpugnable donde sólo le restaba
aguardar una muerte que, Dios lo quisiera, fuera rápida.
Por fin, ante la inminente llegada de las tropas liberadoras a Italia
y temiendo que los revolucionarios encontraran vivo a su líder, fue
estrangulado en su celda el 28 de agosto de 1795. La misión había
terminado. Una vez más, el Elegido, el hijo predilecto del Padre había
muerto a manos de los siempre iguales intereses del poder, de odio y de
bajeza.
¿Murió Cagliostro? ¿Era él quién fue encontrado muerto en su celda
aquella tarde en verano? ¿No fue ésta otra muerte fingida, otro paso más
del Iniciado?
Algunas fuentes aseguran que debido a su precario estado de salud y
temiendo un desenlace inmediato, Cagliostro pidió los servicios de un
padre para su confesión. Un poco después, los carceleros encontraron en
el suelo de su celda a un hombre estrangulado. No era Cagliostro. Una
vez más había huido.
El Iniciado jamás muere. Esta es una parte más de su sendero.
Cagliostro desapareció de la escena mundial. Nunca más se supo de él.
Quizá regresó a su antigua morada en el Este del Mundo, en la Santa
Ciudad.
"Un día, después de muchos viajes y años, el Cielo premió mis
esfuerzos. Se acordó de su Servidor, y vestido con hábitos nupciales
tuve la gracia de ser admitido como Moisés, ante El Eterno. Si siguiendo
el curso feliz de vuestros viajes, alguno de vosotros llega un día a
esas tierras de Oriente que me vieron nacer, que solamente se acuerde de
mí, que pronuncié mi nombre y los Servidores de mi padre abrirán para
él las puertas de la Ciudad Santa".
¿Mago, charlatán, místico, iniciado, falsario…? Cagliostro seguirá
siendo un gran misterio para sus biógrafos y para la historia. Quizás él
mismo veló en sus palabras un signo profético concerniente a sus
documentos en el Vaticano:
"Mis papeles, algún día, me harán justicia".
Es necesario que en el futuro, la imagen de Cagliostro sea
considerada desde un punto de vista muy diferente: aquél del Iniciado.
Que sus palabras nos hablen de aquella Tierra Prometida a la que
pertenecemos por derecho divino y que un día abandonamos. Sepamos pues,
regresar de la mano de los Maestros, guiados por nuestra propia realidad
interior.
Por Carmelo H. Ríos, F.R.C.